EL LIBRO DE LA SE

Crítica de 'Una historia ridícula' de Luis Landero: naufragio existencial

El escritor aborda brillantemente otro retrato de personaje mezquino al que el lector reconoce humanidad

El escritor Luis Landero

El escritor Luis Landero / Europa Press

Ricardo Baixeras

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Es conocida y muy visible la estirpe cervantina de Luis Landero. Una herencia narrativa antidogmática que sostiene la trabazón de sus ficciones desde una concepción de la novela como sucesión de historias que se toman y retoman en un constante vaivén aderezado con un característico tono conversacional y con un humorismo inconfundible. La suya es una literatura que escudriña al hombre nada altisonante, un ser en más de una ocasión patético en su naufragio existencial. El personaje de Landero lleva a cuestas sus situaciones personales hacia el terreno de lo absurdo y es ahí donde el autor eleva su novela a un terreno poco común: la naturalidad, que no pertenece a la mirada del lector, sino a la del personaje, quien encuentra natural las peripecias absurdas y ridículas que le suceden. Al cabo, los seres de ficción de Landero compiten por una idiotez frustrante de la que emerge, no obstante, una mirada entrañable a la par que profundamente humana. 

Mapa emocional

De ahí lo paradójico que sostiene esta novela, hecha de “un pequeño equívoco” y anclada en una constante confrontación entre lo sobrenatural y lo cotidiano, lo absurdo y lo lógico, lo individual y lo universal. De ahí que a Marcial Pérez Armel, que nunca habla en vano, le importe más en su discurso monolítico “los temas que las peripecias, la filosofía más que la acción. De modo que esto es la historia de mi vida a la vez que un ensayo sobre mí mismo.” A través de los pensamientos privados de Marcial va apareciendo antes los ojos del lector el mapa emocional de un personaje elocuente en su verbo, pero patético en su figura. Elegante en sus razonamientos, pero perverso en sus acciones. Sutil para sus adentros, pero ridículo en sus afueras. Ambigüedad decisiva en un “informe o documento narrativo” con el que el lector queda también abiertamente confrontado. Aquel Marcial que relata sus amores y desamores, sus trabajos y sus días, sus afanes por ser escritor y filósofo y estar así “a la altura de las circunstancias” (leit motiv de toda la novela), aquel Marcial que trabaja en una industria cárnica y que bebe los vientos por Pepita es, en definitiva, “un tipo peligroso” que confunde lo real con lo imaginario, la bondad con la maldad, el amor con el odio y la vida con la literatura. 

Será una historia ridícula en la medida en que sea también trágica, “hecha en principio de amores platónicos, de odios no menos platónicos, de pensamientos profundos, de gente escogida entre los más cultos, de altas pasiones y nobles ideales”. Y será trágica en la medida en que sea ridícula. Porque sabe bien Landero que sus personajes de papel tienen doble fondo, juegan a ser bondadosos cuando están situados en el vórtice de la maldad cotidiana que les asola por persona interpuesta. Y porque qué bien sabe Landero cerrar una novela hacia cuyo inolvidable clímax apoteósico ha conducido al lector magistralmente. Extraordinaria. Otra vez.

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