Opinión | Periféricos y consumibles
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Ficciones de la infancia
Allison Arngrim, la actriz que interpretaba a Nellie Oleson, ha escrito sus memorias: 'Confesiones de una zorra de la pradera'. ¿Eres tú, me pregunto, mientras leo esas páginas? ¿Zorra de la pradera, perra, bruja, pendón del Midwest desorejado, 'gossip girl' primigenia y desdeñosa, engreída, creída, protopija, redicha, cotilla, mala pécora, especialista en 'bullying' primitivo? Yo miro y solo encuentro tirabuzones rubios cayendo en catarata, 'tire-bouchon' francés, tan a la moda parisina copiada en las revistas que llegaban con meses de retraso a tierras de frontera.
Terminada la escuela regresabas al almacén de 'supplies' de tu padre -Oleson’s Mercantile- en Main Street, Walnut Grove, Minnesota. Domingo por la tarde en nuestra infancia. Te veía atender con desparpajo a tramperos astrosos, pistoleros a sueldo, gañanes harapientos, buscadores de oro, ganapanes con hambre, cowboys de medianoche, granjeros piadosos, musicales pioneros, cheyennes repudiados por la tribu, esposas abnegadas, niñas ciegas, futuras maestrillas, melifluas 'melissas', 'maiquelandons' temerosos de Dios y de su ira. En tu 'mall' pueblerino despachabas, con mano firme y con desidia extrema, barriles de melaza, tocados femeninos llegados desde Boston, Chicago o Coney Island, aperos de labranza, semillas para siembra o de flores hermosas con que adornar parterres, alambre de espino para las cercas, pienso para las bestias, tejidos estampados, salazones, candiles, juguetes infantiles -no eran tiempos, tampoco, para muchos excesos-, herramientas para montar graneros (martillos, clavos, sierras, berbiquíes, cepillos de madera, escoplos, gubias: qué música llevaban palabras tan cortantes cuando las pronunciabas con tu boca).
Cuántas veces soñé con tu colmado, ferretera indomable, 'iron girl' impasible. Conducirte, a la hora del cierre, al almacén repleto, requebrarte, beber zarzaparrilla y reír tus historias, proponerte una vida en la calle central de Pepin, de Saint Paul, de Minneapolis, acudir a la iglesia con nuestros cuatro hijos: Harriet, como tu madre, Heather, Hadley, y Harold, el pequeño, abrir nuestro negocio de telas y sombreros, viajar por Europa en un vapor oscuro para estar a la moda y para mercar género, y, ya ancianos, seguros, melancólicos, mirar cómo se marcha la vida por el porche. Todo te lo ofrecía, la gloria y sus señales. A cambio yo rogaba que el domingo durara lo que duran los sueños -pues la vida era entonces ficción y viceversa- y que el cielo fuera siempre en mi caso, fuera siempre en mi ocaso, el infierno feliz de Nellie Oleson.
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