Discos de la semana
Crítica de 'Extreme witchcraft': Eels y sus hermosas canciones abolladas
El grupo de Mark Oliver Everett potencia el grosor rockero y abre intranquilos espacios interioristas en 'Extreme witchcraft', álbum elaborado de la mano del productor John Parish
También reseñados los nuevos trabajos de John Mayall, Jake Xerxes Fussell, Los 4Señores y Kurt Rosenwinkel
Rafael Tapounet
Periodista
Jordi Bianciotto
Periodista
Roger Roca
Periodista
El ‘shock’ pandémico ha enrarecido un poco más el ya, de natural, vulnerable paisaje mental del señor Mark Oliver Everett, tipo avezado a convertir sus tribulaciones íntimas en bellas canciones abolladas, como las de aquel álbum que le dio a conocer a gran escala, ‘Beautiful freak’ (1996). Desde entonces, la obra de este californiano ha alentado vínculos estables en la afición, y la nueva, ‘Extreme witchcraft’, volverá a reafirmarlos a cuenta de un cancionero que alterna el primitivismo, la sagacidad melódica y una intranquila experimentación de laboratorio, emergiendo con nervio desde el caos.
Esta ‘brujería extrema’ debe parte de su ‘punch’ a un cómplice que sabe cómo sacar a Everett registros inéditos, John Parish, músico y productor bien conocido por sus andanzas con PJ Harvey (y con nuestra Maika Makovski, entre otros). Esta alianza se estrenó hace dos décadas en un álbum de Eels, ‘Souljacker’ (2001), si bien ahí Parish se involucró también como coautor de muchas de las canciones, mientras que en el nuevo trabajo la composición es 100% Everett. Pero, como entonces, resurgen los Eels de guitarras gruesas, saturadas y portadoras de crispación rockera, sobre todo en la primera mitad del álbum.
Garaje y falsete
Ahí está esa ‘Amateur hour’ que lo abre, desplegando una escena de ensueño (“una mañana casi perfecta, el sol brillaba, los pájaros hacían bonitos sonidos”) que se ve repentinamente truncada por el choque con “la verdad”. Versos con clave sentimental, aunque aplicables al revés pandémico, resueltos con guitarras garajeras que aumentan de grosor en ‘Good night on earth’ (hasta extremos ‘zeppelinianos’) y en ese ‘Steam engine’ con ecos surf. Material determinado, ocurrente, a juego con el tacto ‘funky’, con fibra vocal a lo Beck (y ‘wah wah’ guitarrero y falsete muy Prince) de ‘Grandfather clock strikes twelve’.
La regla, reforzada en la era del ‘streaming’, de que las canciones más expeditivas deben concentrarse al principio del álbum se cumple también en la obra de un artista de aura tan libre como Everett. Lo cual sitúa a partir de su ecuador las jugadas más propensas a segundas y terceras lecturas, empezando por ese ‘Stumbling bee’ asentado en un teclado meditativo, como ‘So anyway’, y culminando en ‘What it isn’t’, artefacto esquizoide que alterna recogimiento y furia, y que asiste la observación de Parish cuando dice que Everett se deleita en el estudio tal que un “científico loco”.
‘Extreme witchcraft’ es otro (buen) álbum de esta alma extraviada, que en la engañosamente jovial ‘Learning while I loose’ reconoce “andar a tientas por las calles” mientras saca fuerzas de flaqueza. “Este no es mi momento, pero está bien / Voy aprendiendo mientras pierdo”, nos confiesa el ciudadano Everett, tratando de poner un poco de orden y luz en el caos, el suyo y el de todos. Jordi Bianciotto
Otros discos de la semana
El patriarca del blues británico ha anunciado, a los 88, su retiro de las giras, pero no del estudio, y aquí llega esta obra vitalista como testimonio de su otoñal saber hacer. Tiende la mano, como en los viejos tiempos, a talentos que traen acentos regeneradores: el sello de Chicago de Melvin Taylor, los pellizcos ‘funky’ del ‘heartbreaker’ Mike Campbell, el violín romántico de Scarlet Rivera. Voz y espíritu bien temperados, sirviendo al viejo blues con la ilusión de la primera vez. J. B.
Guitarrista de exquisito gusto y cantante lacónico pero muy expresivo, Jake Xerxes Fussell recupera antiguas canciones sobre barcos hundidos, molinos incendiados y hombres que marchan a la guerra para no volver y las reconstruye a su manera, aportándoles una perspectiva contemporánea sin dejar de sonar tradicional. La indiscutible ‘pièce de résistance’ del disco es ‘The golden willow tree’, nueve emocionantes minutos que pasan volando y revelan a Fussell como un espléndido contador de historias. Rafael Tapounet
Manolo Crespo, Dani Prenafeta, Joan Llovera y Andreu Verdú son cuatro músicos forjados en la escena pop barcelonesa de los 80 que hace una década se juntaron para dar rienda suelta a su afición al pub-rock sudoroso de escuela Doctor Feelgood. En su segundo elepé reinciden en ese rhythm and blues garajero disparado a bocajarro entre homenajes a Juan Marsé (‘Tus delicias’) y versiones de Mermelada (‘Bebiendo y bailando’). Sota, caballo y rey, sí, pero qué ganas de ir a la nevera a buscar una Voll-Damm. R. T.
Si al guitarrista con el sonido más reconocible del jazz de hoy -con permiso de Pat Metheny- le quitas la guitarra, te queda el músico. Rosenwinkel se estrena a piano solo en un disco de composiciones propias que dice tanto de quién es, de su carácter, de su lenguaje, como toda su discografía como guitarrista. Al piano, que toca con indiscutible destreza, se ve a Rosenwinkel perfectamente perfilado, como a contraluz: arquitecto de formas extrañas, melancólico, siempre a la suya. Roger Roca.
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