Hotel Cadogan

Botellón en Downing Street

Si las fiestas de Gatsby simbolizan la vacuidad del sueño americano, las de Boris Jonhson, ay, suponen el despertar de la resaca del Brexit

'El gran Gatsby' de DiCaprio se hace esperar

'El gran Gatsby' de DiCaprio se hace esperar

Olga Merino

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Los pilares de la vieja Inglaterra tiemblan como varas de bambú por las aventuras sexuales del príncipe Andrés y los saraos de Boris Johnson durante el confinamiento, no tanto por la contravención de las normas, sino porque el primer ministro mintió ante el Parlamento e ignoró el luto por el duque de Edimburgo. Quién te ha visto y quién te ve, Boris. Alega que nadie le advirtió de la ilegalidad de las fiestas en Downing Street, aun cuando en una de ellas se convidó a más de un centenar de personas con la consigna de que se trajeran su propio alcohol ("'bring your own booze'"). Otras juergas no fueron para tanto: apenas unas tablas de queso en el jardín y jugar al Pictionary. ¡Si Kingsley Amis levantara la cabeza!

La otra noche, durante la sobremesa de la cena en las cocinas del Cadogan, andábamos cotilleando sobre este asunto cuando el más delicado y letraherido de nuestros ‘valets de chambre’ lanzó una pregunta al aire: ¿con qué fiesta literaria os quedaríais? La cuestión suscitó un interesante debate. Descartamos enseguida por desquiciante la merienda de Alicia con el Sombrerero Loco, así como la ‘soirée’ que organiza en su casa la señora Dalloway por su carga trágica. Preferimos los bailes, como el de la duquesa de Richmond la víspera de la batalla de Waterloo ('La feria de las vanidades', Thackeray) o incluso el gran baile de Satanás ('El maestro y Margarita', Bulgákov), con su baño de sangre y esos negros desnudos con turbantes plateados.

Zelda y F. Scott Fitzgerald.

Francis Scott Fitzgerald y Zelda, su esposa. / Archivo

Al final el premio se lo llevaron las fiestas de Jay Gatsby en los jardines de su mansión en Long Island durante el largo y caluroso verano de 1922. El champán inagotable, las ‘flappers’ indolentes, los jamones cocidos y los cochinillos recubiertos de hojaldre, la orquesta con músicos suficientes como para llenar el foso de una sala de conciertos, el crepúsculo, los corrillos de risas vanas y felices, una atmosfera que Scott Fitzgerald narra como emergida de un sueño. Y los adioses al filo del amanecer: "Una luna que parecía una oblea brillaba sobre la mansión de Gatsby […] Un repentino vacío pareció fluir de las ventanas y las grandes puertas y aisló por completo la figura del anfitrión, que seguía en el porche con la mano alzada en un gesto formal de despedida".

Si las fiestas de Gatsby simbolizan la vacuidad del sueño americano, las de Boris Jonhson, ay, suponen el despertar de la resaca del Brexit. Una resaca metafísica. 

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