Discos de la semana

Crítica de ‘Strictly a one-eyed jack’: John Mellencamp no es un Springsteen de segunda

El cantautor de Indiana refina su narrativa en el sombrío pero edificante ‘Strictly a one-eyed jack’, donde cuenta con la ayuda del Boss en tres canciones 

Los nuevos elepés de The Whitmore Sisters, Jorge Rossy, Yard Act y Pedro Burruezo, también reseñados

El músico John Mellencamp

El músico John Mellencamp

Rafael Tapounet
Jordi Bianciotto
Roger Roca
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En algún momento de los años 80, a John Mellencamp se le colocó en nuestro país en el cajón de los subproductos ‘springsteenianos’, y costaría sacarlo de ahí pese a las distintivas virtudes de álbumes como ‘Scarecrow’ (1985) o ‘The lonesome jubilee’ (1987), por mencionar solo un par. Sin retroceder tanto, en la última década, el señor Mellencamp (que al principio respondía por John Cougar, porque su entonces mánager, Tony Defries, el del Bowie clásico, desconfiaba de su apellido germánico), ha entregado material honorable, desarrollando su visión del rock tradicional y el imaginario ‘Americana’.

En esa estela sabrosa se sitúa la nueva obra de este trovador que, en su primera época, se anotó canciones de éxito como ‘Hurt so good’, ‘Jack & Diane’ o ‘Pink houses’, y que en 1983 fue uno de los impulsores del festival Farm Aid, en apoyo a los granjeros de su país. En ‘Strictly a one-eyed jack’ se nos pone más meditabundo y sombrío de lo habitual, si bien las canciones no desprenden desánimo, sino una suerte de reafirmación vital ‘in extremis’, simbolizada por ese naipe de un solo ojo (la sota de picas) que da título al álbum y que apela al misterio y la desconfianza.

Voz con cicatrices

Este es un Mellencamp de 70 años, un poco más tendente a la introspección y al medio tiempo que al arrojo rockero de los viejos tiempos. Más guitarras acústicas que eléctricas, y su voz rugosa, sufrida, abriéndose paso entre atmósferas destempladas, como el Dylan al que Daniel Lanois llevó al pantano. Lo advertimos en el tema de apertura, ‘I always lie to strangers’, que invoca su yo más resabiado, envuelto en arpegios serenos y un violín con ecos de bluegrass. Y en ‘Driving in the rain’, con la asistencia del acordeón, y en la descreída calidez de ‘Streets of Galilee’.

No faltan las sacudidas: blues polvoriento en ‘I am a man that worries’ y ese ‘Lie to me’ en el que pone el viejo rock a andar mientras suelta sopapos a curas y maestros. Pero Mellencamp gana en profundidad en los números más volcados hacia adentro: de ‘Gone too soon’, con su solo ‘jazzie’ de trompeta, al acogedor estribillo coral de ‘Chasing rainbows’.

Y casi cuatro décadas después de aquellas comparaciones, Bruce Springsteen, el gigante tal vez fastidioso y, a la postre, el amigo, suma su voz y su guitarra en tres canciones. Tenemos ese ‘Did you say such a think’, airada protesta contra las habladurías de la gente, la filigrana al piano de ‘A life full of rain’, y la canción lanzada como ‘single’, ‘Wasted days’. Un tema que, siguiendo un ciclo de acordes cercano a ‘Independence day’, representa su reverso con esos versos de crepúsculo, donde los viejos ‘cowboys’ se preguntan "¿cuántos veranos quedan todavía?" y "¿cuántos días se pierden en vano?". Sean los que sean, un cancionero como este hace más llevadero el camino. Jordi Bianciotto

Otros discos de la semana

La versión que Eleanor y Bonnie Whitmore hacen de ‘On the wings of a nigthingale’, la canción que Paul McCartney compuso para los Everly Brothers, es sublime. Pero lo verdaderamente asombroso aquí es que las composiciones propias que completan el primer elepé que estas hermanas tejanas publican como dúo no se quedan atrás. Conmovedoras elegías a dos voces (¡y qué voces!) para los amigos ausentes con ocasionales apuntes de fiesta campestre. Todo exquisitamente arreglado y producido. Una joya. Rafael Tapounet

En 2004, cuando Jorge Rossy dejó el puesto de batería en el Brad Mehldau Trio para lanzarse a hacer su propia música como pianista, sus primeros pasos parecían erráticos: instrumentaciones extrañas, composiciones poco convencionales... 'Puerta', hipnótico y disco a trío con Rossy al vibráfono y la marimba, pone toda su carrera en perspectiva. Y además es una delicia melódica. Sus piezas -algunas rescatadas de esos primeros discos- son de primera. Su mirada, única. Rossy siempre supo hacia dónde iba. Roger Roca

El cuarteto de Leeds, saludado desde la prensa de su país como la nueva sensación del pop británico, sobrevive al ‘hype’ con un estupendo elepé de debut en el que el agudo James Smith escupe sus brillantes retratos de la vida en la polarizada y paranoica Inglaterra post-Brexit sobre un paisaje sonoro de ritmos minimalistas, guitarras cortantes y líneas de bajo que parecen robadas a los Blockheads de Ian Dury. El conjunto suena como una mezcla de Sleaford Mods y Arctic Monkeys. O sea, bien. R. T.

La admirable singladura de Pedro Burruezo sigue su curso invocando una sabiduría antigua, la andalusí, la de las tres religiones, entendidas como flujos culturales en íntima plática. Aludiendo en el título a la figura del trovador loco (o no tanto), despliega un bello repertorio rico en cuerdas y maderas, filtrando textos de Ibn Arabi y San Juan de la Cruz, y permitiéndose emocionantes cruces de habanera y sufismo, blues y bouzouki, sardana y arabescos. Esencias sanadoras en medio del ruido. J. B.

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