Muestra

Los Català, la saga de fotógrafos que atrapó el siglo XX en España

El Museu d’Història de Catalunya recorre en más de 180 imágenes el trabajo de Pere Català Pic y sus hijos, Francesc Català-Roca y Pere Català Roca

Anna Abella

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La iconográfica imagen para un póster de propaganda de la República ‘Aixefem el feixisme’, con un pie vestido de ‘espardenya’ pisando una esvástica, obra de Pere Català Pic (1889-1971); la popular escena de seis mujeres de espaldas, paseando por la Gran Vía madrileña en 1952, foto de su hijo Francesc Català-Roca (1922-1998); o la instantánea de su otro hijo, Pere Català i Roca (1923-2009), dando fe de los aguinaldos navideños -básicamente una montaña de botellas de diversa categoría alcohólica- que los ciudadanos dejaron a los pies de un guardia urbano, en la ronda de la Universitat de Barcelona, en 1972. Son ejemplos de cómo una referencial saga de fotógrafos, los Català, entendieron su oficio y dejaron un legado, mayoritariamente en blanco y negro, que es el testimonio y la memoria de un siglo. Su trayectoria, a través de 182 ampliaciones de sus fotografías y diverso material histórico, puede seguirse hasta el 25 de septiembre en una exposición en el Museu d’Història de Catalunya (MHC).  

Una gran imagen al inicio del recorrido de ‘Els Català, fotògrafs d’un segle’ les reúne a los tres junto a un cuarto miembro de la familia, Maria Àurea (1920-1993), hija de Català i Pic y pintora formada en la Llotja, cuyo papel en el oficio familiar, como retocadora de las fotografías de su padre y hermanos, en especial de los acabados de los positivos y del colorido si era necesario, también reivindica la muestra. 

Francesc Català-Roca (izquierda), su padre, Pere Català Pic, su hermano, Pere Català Roca y su hermana, Maria Aurea.

En ella hay entre un 10% y un 20% de fotos inéditas, como una de Català-Roca, colocada bajo la famosa de las seis mujeres en la Gran Vía de Madrid: inmortaliza a cuatro hombres paseando también juntos y de espaldas, pero en la Gran Via de Barcelona de 1954. Ambas demuestran un enfoque similar, con otro transeúnte, andando de cara a la cámara, a su izquierda.   

Su hijo, el también fotógrafo Andreu Català y comisario de la exposición, recuerda la figura de su abuelo. "Català i Pic era de extracción humilde, quería estudiar Filosofía, pero con 12 años tuvo que dejar los estudios porque quedó huérfano de padre y entró a trabajar en un banco. Allí hubo un sorteo y le tocó una cámara de fotos. Y gracias a 1.000 pesetas de herencia de una tía americana pudo abrir su primer estudio de fotografía en Valls", ciudad natal de toda la saga.

Exposición 'Els Català, fotògrafs d'un segle'

Exposición 'Els Català, fotògrafs d'un segle'. Andreu Català, hijo de Francesc Català-Roca, comenta la muestra. /

Junto a él, su primo Rafael Català, hijo de Pere Català i Roca, y el hijo de su hermano Martí, fallecido el pasado diciembre. Todos herederos de una estirpe autodidacta que depositaron el ingente legado de negativos y fotos de Francesc en el archivo fotográfico del Col•legi d’Arquitectes de Catalunya (COAC) y el de los dos Pere, en el Arxiu Nacional de Catalunya (ANC), centros que coorganizan la muestra del MHC y de donde proceden las imágenes expuestas.    

Revela el comisario, ante el gran póster de ‘Aixefem el feixisme’, de 1936, encargo del Comissariat de Propaganda de la Generalitat catalana al inicio de la guerra, que le habían pedido que el pie pisara una cruz católica. "Pero Català Pic dijo que no, que tenía que ser una esvástica, mejor dicho, una suástica, porque está al revés, cosa que era aún más muestra de desprecio al fascismo". Ante el peligro que suponía la llegada de las tropas franquistas, la placa original de la foto fue destruida. "Seguramente tenían una ‘maleta mexicana’ como la de Robert Capa con la que huir", especula Andreu Català.    

La exposición, que conmemora el centenario del nacimiento de Català-Roca y, el año que viene, el de su hermano Pere, busca mostrar puntos en común entre los tres fotógrafos, como poner en el centro la actividad humana. Ahí señala Andreu Català dos ejemplos de ambos hermanos: una hilandera con su hija sobre los pies en Formentera, obra de Pere, junto a la primera hoja de contactos de Francesc, también de fotos de la isla. 

Señoritas paseando por la Gran Vía madrilenya, en 1952.

Francesc Català-Roca

El recorrido, añade, también busca "profundizar en el oficio del fotógrafo que sirve a la sociedad con su trabajo patrimonial de conservación archivística en unos tiempos en que la fotografía, analógica, era un bien caro, y del profesional que usa la fotografía como elemento de diálogo con la sociedad, retratando tanto gente humilde como acomodada, los hechos históricos, la cultura popular, la arquitectura…".  

En 1931, la familia se trasladó a Barcelona desde Valls, donde Català Pic había tenido éxito con su estudio de fotografía documental. A finales de los años 20 había viajado a Europa siguiendo a artistas como Picasso, descubriendo las vanguardias de la Bauhaus, y había publicado artículos sobre la necesidad de crear y normalizar la figura de un fotógrafo profesional capaz de integrar en la obra elementos fotográficos, tipográficos y artísticos y de conocer la técnica para satisfacer al nuevo mercado publicitario, como él mismo haría en trabajos para Ford, Cacaolat, Cinzano, Myrurgia, Domecq… Quien trajo a Catalunya la fotografía moderna no dudó en poner su ingenio propagandístico al servicio de la República, por lo que por temor a las represalias al acabar la Guerra Civil se quedó en segundo plano del negocio que pilotarían sus dos hijos. Pero hubo una ruptura y, mientras Pere siguió trabajando con su padre, Català-Roca, con un carácter tan fuerte como el de su progenitor, decidió montar su propio laboratorio en 1948. 

Joven carbonero, en Vejer de la Frontera (Cádiz), 1960

Francesc Català-Roca

El más famoso de la saga, ganador de premios como el Nacional de Artes Plásticas y autor de varios libros de fotografía (el primero, sobre la Sagrada Família), Català-Roca cultivó una fotografía documentalista, que tanto captaba la realidad rural como urbana, la de gente humilde como la de grandes artistas. En la muestra, sus retratos de, entre otros, su gran amigo Joan Miró, Tàpies, Chillida, Dalí o Josep Guinovart, o de edificios de Coderch o Bohigas, contrastan con los de un niño carbonero de Cádiz (1960), sonriente al ver que iba a fotografiarle, o las de una gitanilla, descalza y sucia en el Montjuïc de 1953, hermana pequeña de la Chunga (bailaora a la que captó para un tríptico mostrando su arte).   

Tres ancianos en Amposta (1955-1965)

Pere Català i Roca (ANC)

También por el baile y su movimiento se interesó desde joven su padre. Varias imágenes de bailarinas del ballet de Joan Magriñà y del Esbart Verdaguer, entre 1950 y 1970, forman parte de la muestra, aunque no está claro si las tomó él o su hijo Pere, si bien para este no era un tema prioritario. Lo que sí compartían ambos era su debilidad por los oficios y escenas tradicionales, urbanas o rurales. Lo muestran imágenes del hermano menor de limpiabotas en la entrada del metro de plaza de Catalunya o de ancianos charlando sentados en una calle de Amposta. Pero también la cultura popular, que se afanó a documentar, en especial aquello que creía que estaba en decadencia o en peligro de desaparecer, señala Rafael Català, entre otros, el misterio de Elche, la Patum de Berga, castillos que van perdiendo las piedras con los años o los ‘castellers’, algunos, hoy, declarados patrimonio de la Humanidad. 

Ciudadanos de L’Espluga de Francolí, en un encuentro de ‘barretinaires’ (1924-1931)

Pere Català Pic (ANC)

Todas las imágenes son ampliaciones montadas sobre bastidores, como si fueran telas de pinturas, porque, como defiende el comisario, en la familia siempre han creído que una buena foto se aprecia mejor sin marco, sin cristal y sin paspartú y cuanto más grande mejor. "Lo importante -recalca- son los negativos". Como decía Català-Roca, el archivo, que es "la hucha del fotógrafo".

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