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Las brujas de Salem: LSD e histeria colectiva

Impedimenta recupera ‘Yo, Tituba, la bruja negra de Salem’, de Maryse Condé

Salem

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Olga Merino

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Los norteamericanos no saben hacer cerveza ni jugar al fútbol ni encajar el sarcasmo de la vieja Inglaterra, pero, siendo como somos primos hermanos, llevamos soportándonos mal que bien unos cuantos siglos. Ya saben, el cuento empezó el 11 de noviembre de 1620, cuando la nave ‘Mayflower’, procedente del puerto de Plymouth, arribó a la bahía de Massachusetts con la primera remesa de peregrinos. Aquellos colonos, aún más fervientes en su puritanismo que los calvinistas, pretendían empezar de cero, crear una utopía libre y próspera, pero, en los primeros tiempos, acabaron construyendo justo lo contrario; es decir, el infierno en el jardín del edén. Su religiosidad, anclada en el sentido de la culpa y el terror a la ira de Dios, los convirtió en expertos satanistas. La ignorancia y el miedo -al espacio inconmensurable, a los indios, a la naturaleza indómita- redundaron en una combinación fatal. ¡Ah, la futilidad de los empeños humanos!

Los juicios de Salem (1692-1693) constituyen el episodio más célebre del desvarío desatado por el fanatismo religioso, cuando las niñas Elizabeth y Abigail, hija y sobrina del reverendo Parris, acusaron a tres mujeres del pueblo de haberlas hechizado. Una teoría sostiene que el pan de centeno, fermentado con el hongo del cornezuelo, pudo haber actuado como una especie de LSD en el estallido de una psicosis colectiva que se saldó con más de 200 detenciones y 20 ejecuciones.

De aquellas tres desdichadas mujeres -las tres muy pobres, parias entre los parias-, solo una de ellas, Tituba, se confesó bruja, con descripciones muy vívidas ante los jueces de perros negros, gatos rojos y pájaros amarillos. Se trataba de Tituba, una esclava a quien el pastor Parris había comprado en la isla de Barbados, un personaje real con una historia turbadora a quien Arthur Miller ya le echó el ojo en 1953. Sin embargo, la escritora antillana Maryse Condé (Guadalupe, 1937) es quien la redime, la rehabilita y la arranca del olvido en ‘Yo, Tituba, la bruja negra de Salem’, novela que publicó hace unos meses en catalán la editorial Tigre de Paper y que ahora recupera en castellano Impedimenta (el lunes ya estará en librerías). Aunque poco se sabe del final de su vida, Condé la traslada a su Caribe natal en la época de los cimarrones y de las primeras revueltas de esclavos. Así suena su voz: «Aquella gente parecía temerme. ¿Cuál sería la razón? Yo era simplemente la hija de una ahorcada, que vivía recluida a orillas de una charca».

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