Fantasía especulativa

Menéndez Salmón imagina un mundo que ha prohibido la palabra

'Horda' es una distopía que refleja el miedo colectivo a perder nuestra condición humana

El escritor Ricardo Menéndez Salmón

El escritor Ricardo Menéndez Salmón / Jorge Gil

Elena Hevia

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Para aquellos que crean que Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) se ha dejado llevar por el signo de los tiempos que apunta a la distopía como la forma por excelencia de hablar de los miedos del presente hay que decir que 'Horda' no es la primera ficción especulativa que aborda el autor asturiano. Ahí está 'El sistema', con la que ganó el premio Biblioteca Breve. La diferencia es que en esta nueva novela es mucho más detectable la huella de esa actualidad que se diría diseñada por Ray Bradbury. “Las distopías son síntomas de un malestar y si han irrumpido con fuerza en nuestra literatura es porque responden a ese ambiente, aunque luego la ficción lleve esas posibilidades a circunstancias que aunque no se den ahora mismo bien pudieran darse en el futuro. En ese sentido es un subgénero materialista”, comenta el autor cuyas obras suelen responder a una literatura muy anclada en las ideas.

Situada en un mundo futuro en el que los niños han tomado el poder hasta el punto de obligar a los adultos a mantener el silencio, a prohibir las palabras que no han hecho más que engañar y pervertir la realidad, ‘Horda’ nació de una circunstancia concreta: los hechos de octubre de 2017 en Catalunya. “No entro a valorar políticamente aquello pero todo lo que ocurrió entonces fue para mí una pelea por estrujar las palabras para que estas dijeran una cosa distinta a lo que significaban. Lo que se llamó la batalla por el relato”.

Nada que no se haya inventado ya

Esa idea alimentó esta ficción que desde luego transita por unos caminos muy alejados del ‘procés’ o de los políticos a los que asociamos a las ‘fake news’, que para el escritor no son un invento de ahora. “Es verdad que la llegada de Trump magnificó el problema pero la tentación de manipular el lenguaje para transformar la realidad y construir mundos paralelos siempre ha estado ahí”.

 ‘Horda’ dibuja una posible sociedad dirigida por niños que actúan como una especie de policía del pensamiento valiéndose de un instrumento, el tesauro, que borra los recuerdos en los adultos mientras que una entidad llamada Magma (¿internet?) controla a los ciudadanos a partir de imágenes. Los niños son aquí a la vez víctimas y verdugos. “Necesitaba encontrar un mecanismo que explicara por qué los adultos han olvidado su infancia y también una justificación de la toma del poder por parte de los niños. Y la encontré en la idea de que les hemos mentido, y a nosotros nos mintieron de pequeños, en nombre de cosas que, decimos, van a ser buenas para ellos y les contamos historias que luego no van a encontrarse en el mundo real. Incluso la educación puede contemplarse como una gran representación que luego no se concretará en el mundo real.

Imagen 'versus' palabra

La imagen contemplada como reverso de la palabra no es tanto una cuestión que le interese debatir al autor, sino más bien una evidencia del peso que en las últimas generaciones han alcanzado lo audiovisual. “He cumplido 50 años –dice Menéndez Salmón- ­y posiblemente yo pertenezca a una de las últimas generaciones para quien la letra impresa sea sinónimo de una forma privilegiada de trasmisión del conocimiento. Y a pesar de no juzgar que una forma sea mejor que la otra, considero que existe una sobreabundancia de imágenes que opera como una negación de significado, un borrado de información que no nos lleva a ninguna parte”.

Hay muchas referencias librescas en el libro y casi todas se refieren a la infancia lectora del autor. Cuando le echó la vista encima por primera vez a ‘El señor de las moscas’ de William Golding ,con sus niños nada ingenuos que regresan a un periodo salvaje, pero también a los esforzados lectores de 'Farenheit 451' que protegen los libros como tesoros a costa de sus vidas.

Ya desde la portada, obra de un diseñador sardo en la que un hombre con máscara de mono sostiene un megáfono y un móvil, se apunta también a un posible círculo vicioso al que podría estar condenada la humanidad. “Fuimos simios y esa fue una prisión que abandonamos hace mucho, pero al mismo tiempo los monos son para nosotros un recordatorio de hacia dónde podemos involucionar. En ese sentido, la novela es un recordatorio de ese peligro si perdemos ciertas aptitudes”. Bajo ese prisma, el hombre-mono de la portada tiene hoy según el autor un correlato directo con los sujetos que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de este año. “Tras esa apariencia de mono podría estar perfectamente un salvaje de QAnon”. 

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