Teatro

Crítica de ‘Hamlet Aribau’: ser o no ser cine

El director Oriol Broggi vuelve a la historia del príncipe de Dinamarca adaptando para la ocasión la sala de proyección más grande de Barcelona

Hamlet aribau

Hamlet aribau

Manuel Pérez i Muñoz

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El siglo XX fue del cine, una avalancha de mitología que sepultó no pocos teatros. Con las plataformas digitales triunfando en los hogares, no resulta extraña ahora la operación contraria, que la presencia de los intérpretes sustituya algún proyector. Aunque matizan que será provisional, el cine con más butacas de Barcelona se transforma estos días en el castillo de Elsinor de la mano del director Oriol Broggi, quien vuelve a ‘Hamlet’ doce años después de su versión con Julio Manrique como protagonista.

La promesa de fusión entre dos artes se salda con mucho teatro y poco cine. Quien espere el tipo de filigranas técnicas que se gastaba La Cubana en ‘Cegada de amor’ quedará frustrado. No hay la voluntad de explorar los límites entre lenguajes que vemos en las obras de Katie Mitchell. Broggi deja de lado su perfil más tecnológico, el alcanzado en obras multipantalla como ‘Cels’, y despliega en su nueva pieza sus recursos más exitosos: puestas en escena sencillas y concienzudo trabajo de actores, estética del espacio vacío como continuador de Peter Brook.

A modo de transición entre escenas, por la enorme pantalla de la sala se proyectan fragmentos de películas, de 'La diligencia' de Ford a los samuráis de Kurosawa, de Hitchcock a Bergman, de Charlot a 'Amélie'. Eclecticismo y dispersión en los referentes cinematográficos con poca conexión con la tragedia. También le pasa a la música, que discurre heterogénea entre Bowie y el rap de Zoo. En contadas ocasiones, argumento y proyecciones interactúan más allá de la función de telón pintado, y entonces se produce el impacto, como en la aparición magnificada del fantasma del rey, o el certero primer plano de Claudio cuando se descubre como asesino.

Así, siempre nos quedará el teatro. Tres horas y media (intermedio mediante) de lucimiento para una compañía en sintonía. En su primer gran papel de repertorio, Guillem Balart se mete en Hamlet con la aparente soltura de los grandes. Despunta la obra gracias al encaje entre su magnetismo felino y la locura del príncipe de Dinamarca. Como su antagonista, Carles Martínez aumenta la angustia con la contención que le caracteriza. Da gusto verlo en los papeles de altura que merece. Se ha dado menos peso en la adaptación a los roles de la reina (Míriam Alamany) y el de Ofelia (Elena Tarrats), esta última con la suerte de un fantasma musical. Toni Gomila lleva al intrigante Polonio a un inaudito terreno cómico, y Marc Rius y Sergi Torrecilla se desdoblan enérgicos para cubrir al resto de personajes. Un marco de cine para un elenco con buena artesanía. 

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