Crítica de jazz

Kenny Garrett, el superpoder de hacerte feliz

Gente feliz había un montón en el Conservatori del Liceu. No había más que ver la platea, con todo el mundo en pie, dando palmas, y quien más quien menos, moviendo el culo de puro contento

Kenny Garrett, en el Conservatori del Liceu

Kenny Garrett, en el Conservatori del Liceu / Jordi Calvera

Roger Roca

Roger Roca

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¿Cuántas cosas se pueden hacer con un saxo? Si eres Kenny Garrett, saxofonista de digitación casi mágica, fuerza de la naturaleza, eslabón entre el presente y los gigantes del jazz que ya no están, con un saxo puedes hacer un montón de cosas. Pero la más importante: cuando sopla su saxo alto, Kenny Garrett puede hacer feliz a quien le escucha. Menudo superpoder. “¿Hay gente feliz en la sala?”, preguntaba Garrett al final de su concierto en el Conservatori del Liceu, mientras sonaba coro tras coro la melodía de su pegadiza 'Happy people'. Pregunta retórica, claro. Gente feliz había un montón. No había más que ver la platea, con todo el mundo en pie, dando palmas, y quien más quien menos, moviendo el culo de puro contento. 

Kenny Garrett puede hacerte feliz y muchas cosas más. Puede, como hizo el lunes en su vuelta al Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona, desatar una tormenta. Entre el estruendo de un quinteto atronador, lanzaba ráfagas cargadas de electricidad, como si estuviera conectando con ese más allá telúrico y místico al que apuntaba el jazz afroamericano en los años setenta. Garrett puede ser dulce y hasta meloso. Cuando suena 'When the days were different', el corte más nostálgico de su último disco, 'Sounds from the ancestors', parece que el aire se tiña de technicolor. Y en un mismo concierto, Garrett es capaz de invocar el espesor del jazz eléctrico de Miles Davis. Y cuando tiene la mezcla en su punto, densa, turbia, oscurísima, de entre esa maleza hace brotar la melodía más dulce posible, 'Body & soul', que puesta allí enmedio parece que llegue de otra galaxia. 

Y luego están sus poderes como improvisador. La colección de coros encadenados que se inventó a continuación fue de esas que los estudiantes de música, y en el Conservatori había muchos, capturan a escondidas con sus móviles y guardan como un tesoro. Con un tempo endiablado, más de 'rave' de descampado que de auditorio, Garrett se sacó de la chistera idea tras idea mientras iba citando a los clásicos: 'When the saints go marchin in', John Coltrane, el vuelo del moscardón de Rimski-Korsakov, 'Eleanor Rigby' de The Beatles. Y uno a uno, teatralmente, el resto de instrumentos se iban apagando, como si el saxo dejara fuera KO a sus contrincantes. ¿Efectista? Puede. Pero qué gozada. La felicidad también es esto.

Suscríbete para seguir leyendo