Teatro

Crítica de 'Malditas plumas': estriptis integral

La coreógrafa Sol Picó presenta en la Sala Beckett un espectáculo de danza-teatro planteado como un homenaje al Paral·lel de la revista

Sol Picó durant una representació de l'espectacle 'Malditas plumas

Sol Picó durant una representació de l'espectacle 'Malditas plumas / May Zircus / TNC

Manuel Pérez i Muñoz

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La pluma está de moda (nunca dejó de estarlo) y, ya sea en foros alternativos o cultos, el Paral·lel de las lentejuelas sigue espoleando la inspiración de algunos de los mejores creadores de Barcelona. Sol Picó se encuentra entre ellos, y en su última obra mezcla nostalgia y emoción, danza y texto, la ensoñación de un mundo perdido con la confesión más íntima de las frustraciones artísticas. Es un acierto que la Sala Beckett recupere en temporada 'Malditas plumas', que apenas se pudo ver unos días en el Grec, merece larga vida como uno de los mejores espectáculos que ha bailado la coreógrafa alcoyana en los últimos años.

La originalidad del guisado se da por descontada. Momentos de delicada belleza se alternan con toques de humor, ironía ácida marca de la casa. Es como si al homenaje revistero 'Cómeme el coco, negro' de La Cubana se le añadieran toques de performance de autoficción, recurso tan de moda. La pujante escritora Cristina Morales ha trabado una dramaturgia discontinua, con algunos textos prestados de autores como Heinrich Böll y Francisco Casavella. De este último incorpora la 'watusiana' historia del concurso para la nueva Scarlett O'Hara que revoluciona el Poble Sec de las barracas. Nos recuerdan que en la decadencia de Montjuïc se enchufaban los neones de la 'Avenida de los Teatros'.

'Music hall' decadente

Desde el inicio, Sol Picó se nos presenta como la corista que no pudo llegar a gran vedete, una artista cansada de comer las lentejas de la segunda fila. La bailarina quiere ser el estilizado cisne del lago, pero sus movimientos recuerdan más a una gallina. Con esa tensión juega el espacio escénico de Joan Manrique, evocación de 'music hall' construida con cajas de corral. Por sus escaleras baja una y otra vez la emplumada estrella mientras escuchamos viejas canciones gastadas por el uso. Se invoca el glamur de los grandes: Charles Aznavour, Marlene Dietrich, Miguel de Molina, y que no falte el toque picantón estilo La Maña y un cuerpo de baile bastante desastroso. La buscada decadencia actúa como una potente metáfora, reverso del falso fulgor del mundo del espectáculo.

Y como toda gran estrella tiene su 'partenaire', Roger Julià pone la música de acordeón y arpa, como un payaso cara blanca que con su seriedad muda actúa de contrapunto. En este imprevisible cabaret de varietés incluso hay espacio para el ilusionismo. Pero el público nunca tiene suficiente, y la artista ofrece su sacrificio en un último estriptis a la desesperada. Quiere que pensemos que su creatividad está extenuada, sin embargo demuestra todo lo contrario. Sol Picó tiene cuerda para rato.

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