Crítica
Crítica de 'Winterreise': Schubert en oscura danza
El Ballet Preljocaj seduce al público del Liceu con una sombría y elegante versión interpretada por 12 magníficos bailarines
Marta Cervera
Periodista
Con largos aplausos despidió el público del Liceu la última creación de Angelin Preljocaj inspirada en el famoso ciclo de lieder 'Winterreise' o 'Viaje de invierno'. La oscuridad y la luz dominaban un escenario que se fue transformando a medida que avanzaba ese viaje siguiendo esa obra maestra que Franz Schubert compuso a partir de románticos poemas de Wilhelm Müller. La perfecta simbiosis de música y poesía, con el barítono Thomas Tatzl surgiendo del escenario y reuniéndose en el foso de la orquesta con el pianista James Vaughan, se completó con una elegante y exigente coreografía de Angelin Preljocaj, artista francés hijo de emigrantes albaneses.
Doce bailarines del Ballet Preljocaj brillaron tanto en los acompasados números de conjunto, como en los dúos, tríos y cuartetos. La opción del negro en lugar del blanco para la nieve, tiñendo el escenario desde el suelo y el vestuario de los intérpretes al principio encajaba con el tono sombrío de la música. El mundo de cenizas que recubría el escenario daba mucho que pensar al coincidir el estreno de la obra en Barcelona con la cumbre del clima en Glasgow. Preljocaj, experimentado bailarín de formación clásica que conectó con el expresionismo alemán y con el estilo de Cunningham, une pasado y presente, danza clásica y contemporánea en una versión de 'Winterreise' alejada del dramatismo que empapa la obra. Aunque la muerte planea en toda la pieza, opta por penetrar en la complejidad de las relaciones con toques de humor, movimientos sensuales, depurados y bellos. ¿Emoción? Los bailarines dibujaban imágenes sugerentes y magníficas pero sin poso, todo lo contrario de una música que penetra en lo más profundo del corazón de un amante no correspondido.
Preljocaj -diseñador también del vestuario- ofreció un contrapunto moderno al sentimiento y la emoción que destila la música maravillosamente interpretada por Tatzl y Vaughan. El coreógrafo se inspiró en ella para pintar su propio lienzo, una visión entre el pasado y el presente de gran plasticidad con una sobria y cambiante escenografía y una brillante utilización de la luz. La obra logró momentos mágicos como esa visión de mujeres convertidas en estatuas que iban cambiando de postura, el juego de equilibrios de un trío entrelazado, un número de hombres con largas y vaporosas faldas y otro en el que ellas se los ventilaban de encima con simple movimiento de abanico. Auténtica exhibición de danza y música.
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