Templo de una era

40 años de Rock-Ola, la sala madrileña que dio una patada al franquismo

Una exposición en L’Illa Diagonal evoca los logros del club que en los años 80 fue epicentro de la ‘movida’ y acogió conciertos iniciáticos de grupos como Depeche Mode, Echo & The Bunnymen o New Order

BARCELONA. 03.11.2021 Exposicion de 40 aniversario de la sala Rock-Ola, de Madrid. Lorenzo Rodríguez, responsable historico de la sala en L'Illa Diagonal. FOTO: FERRAN SENDRA

BARCELONA. 03.11.2021 Exposicion de 40 aniversario de la sala Rock-Ola, de Madrid. Lorenzo Rodríguez, responsable historico de la sala en L'Illa Diagonal. FOTO: FERRAN SENDRA / Ferran Sendra

Jordi Bianciotto

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La ‘movida’: ese espasmo ciudadano que sacó a Madrid de la tiniebla franquista “dándole una patada a lo que había atrás”, asevera Lorenzo Rodríguez, el que fuera responsable de aquel templo, kilómetro cero del meollo, llamado Rock-Ola. Sala de conciertos, nudo de conspiraciones y pasarela a la algarabía, nació sin conciencia de estar haciendo historia asociándose a los albores de un fenómeno con derivadas de marca comercial. Se regía, asegura su impulsor, “por las ganas de vivir y de buscar una España en tecnicolor, mirando a Europa”, y su estela deja una apabullante hoja de servicios a la música pop de la que rinde cuentas la exposición ‘Rock-Ola, 40 Años. 1981-2021’.

Una muestra que Lorenzo Rodríguez estrenó en verano en su Úbeda natal y que se ha desplazado a partir de esta semana a L’Illa Diagonal. Ofrece una treintena de carteles de conciertos, la mayoría de Pepo Perandones, así como unas 300 fotos de Miguel Trillo y paneles con recortes de prensa que glosan los logros de ese club bautizado en honor a un remoto artefacto (la rocola, el gramófono que funcionaba con monedas), que abrió sus puertas el 31 de marzo de 1981. Unos días después ya acogía los dos primeros bolos, a cargo de UK Subs, directamente desde el corazón punk londinense. Chicos adorables. “Recuerdo los conciertos como una montaña de gargajos, lapos y escupitajos de miedo”, se deleita Rodríguez. Sin pausas, comenzaron a desfilar por la sala bandas de nueva planta como Rubi y Los Casinos, Nacha Pop, Las Chinas, Los Nikis o Mermelada.

Sinfónicos, absténganse

Rock-Ola no se ofreció indiscriminadamente como sala de conciertos a los promotores, sino que se prestó a programar solo a artistas que sintonizaran con su “ideología musical”, precisa su impulsor. Es decir, “pura nueva ola, punk, grupos mods, rockers…” ¿Y si les ofrecían, por decir algo, a Camel? “No los metíamos, ¡claro que no! ¡Ni a Pink Floyd, si nos lo hubieran propuesto!”. Sinfónicos, extramuros, y los metaleros, reconducidos al adjunto Marquee. Aunque algún que otro desvío de la doctrina sí que hubo. “Me dejé meter un gol con Sabina, como era de mi pueblo… Antonio Banderas hizo coros. Y nos moló programar a Los Chunguitos”. La sala abogó por la “política de club”, defiende Rodríguez. “Si actuaba un grupo mod, luego el ‘dj’ ponía a The Small Faces y a The Who, y después del concierto no parábamos, más caña para que la gente no se fuera, no como ahora, donde en muchas salas te echan para preparar la sesión de la noche”.

Pasó por allí la ‘movida’ capitalina en pleno, si bien “el héroe de Rock-Ola” no fue otro que Loquillo, asegura el director de la sala. Repetidas visitas “siempre con un éxito brutal, aunque hubo peleas porque no era lo suficientemente rockero para algunos”. Las tribus urbanas arreciaban, pero, por lo general, la sala quiso cultivar “el buen rollo entre las distintas facciones”. Se fraguaron complicidades operativas: con las radios (Onda Dos, Radio Popular, Radio 3) y con los programas televisivos ‘Musical Express’ (Àngel Casas) y ‘La edad de oro’ (Paloma Chamorro), aliados ambos, junto a las compañías discográficas, para compartir gastos y traer a artistas de fuera. “Si la compañía contaba con vender mil o dos mil discos de tal grupo, hacíamos cálculos y pagábamos un tercio cada uno”.

La conexión londinense

Depeche Mode debutó en España con sendos conciertos en Rock-Ola, en 1982 (presentando el primerizo ‘Speak & spell’), y la sala se anotó acto seguido visitas iniciáticas de The Durutti Column, Spandau Ballet, The Teardrop Explodes, Echo & The Bunnymen, Killing Joke, The Lords of the New Church, John Foxx, Siouxsie and the Banshees, New Order… Lo más rampante de la época. También a veteranos, ya entonces, como Iggy Pop o Kevin Ayers. Todos ellos, cruzándose con Glutamato Ye Yé, Esclarecidos o Parálisis Permanente. Personal de la sala viajaba a Londres para comprar discos y fichar a las bandas contactando con los mánagers al margen de las promotoras, mientras, en Madrid, Lorenzo Rodríguez resoplaba en sus jornadas maratonianas, combinando su entrega a la sala con el empleo funcionarial en el Ministerio de Defensa.

Contaban con otro apoyo, el del alcalde Tierno Galván, que protegió la sala y dio amparo a la ‘movida’ con aquel célebre “rockeros, el que no esté colocado, que se coloque”. Pero los “años gloriosos” fueron quedando atrás a partir del incendio de Alcalá 20 (diciembre de 1983), en el que murieron 81 personas y del que se derivó una creciente sensibilidad por las medidas de seguridad. Al año siguiente, Rodríguez abandonaba Rock-Ola (a la que haría la competencia desde la flamante Astoria), y a la sala no le quedaría demasiada cuerda: el incendio de noviembre de 1984 y una reyerta entre mods y rockers, en marzo de 1985, saldada con una víctima mortal, precipitaron el cierre. Bajando la persiana se finiquitó una era en la que Rock-Ola fue punto de confluencia e irradiación, por donde todos pasaban “sin sacar sus ideas políticas”, desliza. “Fuimos muy felices y ahora, con la distancia, se ve que todo aquello valió la pena”.

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