EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'Sobre la noche el cielo y al final el mar': la exactitud del dolor

El reciente premio Reina Sofía de Poesía traslada su universo desolado a la narrativa en un libro de tintes autobiográficos que funde lo real con lo irreal

Raul Zurita

Raul Zurita / RICARD CUGAT

Ricardo Baixeras

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El verso delirante, desdichado, telúrico, desquiciante y repleto de angustia y desolación que se vislumbra en la poesía infernal de Raúl Zurita (Santiago, Chile, 1950) bascula entre el canto coral a la naturaleza y el peso dilatado de la memoria histórica que trata de no olvidar el acontecimiento que marcará su vida y su obra: su encarcelamiento y tortura durante la dictadura de Pinochet. Una obra intimista que recrea la pulsión vivida recreando lo natural que habita en el hombre y la música personal de un verso con una cadencia casi inolvidable: el verso de “pequeños tipos rotos en un pequeño país roto” fraguado en la referencia inexcusable de su obra, la 'Divina Comedia'.

El recientísimo Premio Reina Sofía de Poesía 2020 publica 'Sobre la noche el cielo y al final el mar', una narración autobiográfica que tiene mucho de su poesía porque vuelve por sus fueros Zurita al ensamblar narrativamente los grandes temas de su poesía: la soledad del dolor, la desvalidez, la maltrecha memoria personal, familiar y colectiva, la intimidad inevitable e incomunicable, la fuerza oceánica de la historia, el caleidoscopio roto enarbolando las esperanzas imposibles y una imaginación visionaria que recorre fulgurantemente mares, ríos, cielos, glaciares o desiertos. 

Esperanza, pese a todo

Quizá por eso tiene que tomar la distancia de la extraña (y aquí más que efectiva) segunda persona el narrador de esta novela al tratar de construir un discurso paterno sobre el hijo decapitado, y llamado Raúl Zurita, cuya cabeza el padre de todos los narradores carga física y simbólicamente por la noche de un cielo marítimo y por “la extraña geografía del pasado”. Y quizá por eso también el dolor es tan exacto en este libro y uno no acaba de entender muy bien por qué entre tantas derivas recreando lo irremediable, léase la muerte que todo lo pudre, surge el canto voraz de la esperanza a pesar de que la “desesperación del odio y del amor se entremezclan en un amasijo informe de imágenes que se van hilvanando unas con otras como se hilvanan las pesadillas y los malos sueños". Quizá porque en este largo poema narrativo “las posturas del amor y del odio son las mismas”. O quizás porque Zurita cuenta y canta en este relato cómo se conforma una conciencia insobornable, qué papel tuvo en su vida la “Tentativa Artaud”, la primera acción de arte bajo la dictadura, o la CADA, “Colectivo de Acciones de Arte”. O cómo “todo se lo va tragando el tiempo, y todo se lo va tragando la noche, y todo se lo va tragando la muerte.”

Zurita funde arte y vida en un libro que transforma lo real en irreal pertrechado con una sintaxis capaz de profanar todos los sentidos. La cartografía personal del maltrecho narrador se torna colectiva porque “corregir la vida es un espacio de arte, es un trabajo de creación social de un nuevo sentido y de una nueva forma colectiva de vida. Producción de vida, no de muerte”.

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