Teatro

Crítica de 'La mala dicció': Jordi Oriol y el don de la palabra

La 'Trilogia del lament' se cierra en el Lliure de Gràcia con un brillante texto inspirado en 'Macbeth' con la dirección de Xavier Albertí

mala dicció

mala dicció / Ricky Blanco

Manuel Pérez i Muñoz

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Al principio existía la palabra, pero luego la palabra se hizo carne, y teatro. Jordi Oriol remata su evangelio escénico con 'La mala dicció', cierre de la audaz 'Trilogia del lament' que estos días se ha podido disfrutar íntegra en el Lliure de Gràcia. La nueva pieza corona uno de los ejercicios escénicos más fascinantes de los últimos años, una orgía lingüística en toda regla que retuerce de forma sonora y semántica el catalán hasta llevarlo a cuotas inéditas.

Shakespeare pone la base de una "per-versión" dramatúrgica en toda regla. Si en un primer y desnudo monólogo la inspiración llegó a través de 'Hamlet' ('La caiguda d’Amlet'), y la segunda entrega sobre 'La tempestad' ('L'empestat') introdujo también a Albert Camus en un sonoro piano oceánico, ahora 'Macbeth' aporta los ingredientes para el conjuro de significados. Marc y Bet son los protagonistas pero no está en juego el trono de Escocia sino la capacidad para retener la palabra. El crimen de los traidores aspirantes es de naturaleza pirandeliana, y la pareja se revela armada de versos y juegos de sentido en una espiral que embriaga de principio a fin.

Ecos diferentes

Arrancan inspirados por ese otro rey de la escena, Ubú de Alfred Jarry, con su inicial exhortación escatológica. Mierda y sangre, provocación y vanguardia que rebosa de la tradición gamberra de Joan Brossa, que resuena a Carles Santos en sus bien encajados intermedios musicales. Persiste en los personajes un cierto existencialismo beckettiano, pero van zigzagueando temas como la ética, la maternidad y el ecologismo que sacan la base de sus casillas. Rima a rima, el suflé de la contemporaneidad se eleva por encima de las referencias al clásico que persiste como un eco. Entre la amoralidad del argumento y la heterodoxia de las formas solo queda azuzar a los espectadores en el estirado final, provocar a la manera de Peter Handke para que rompan su silencio y comprendan el poder revolucionario de la palabra.

Nadie mejor que Xavier Albertí para inyectar ritmo, audacia e intención en el denso trabalenguas. Su dirección empuja el montaje hacia el humor utilizando escasos elementos escenográficos (unos pocos y extraños instrumentos musicales). Manda el texto, queda claro. Jordi Oriol se desliza resuelto entre los requiebros de su lenguaje inventado, y la 'Lady' de Paula Malia marca un notable en la nota musical.

Carles Pedragosa ejecuta con sorna al criado Seitó, arquetipo de tantos otros que dibujan la desigualdad. Sílvia Delagneau lo viste todo de lentejuelas, escenario y trajes de negro profundo que hace juego con el alma de los personajes, arlequines de un circo metateatral. 'Mala dicció', buena elección.

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