Estrenos de cine
Crítica de ‘La crónica francesa’: tres cuentos imaginarios
Quizás el estilo de Anderson anda algo estancado. ‘La crónica francesa’ tiene momentos que ratifican esta sensación, pero otros –muchos– que aún pueden disfrutarse como parte de un imaginario único e inimitable
El inconfundible universo de Wes Anderson, en 5 claves
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Wes Anderson ha ido desnudando poco a poco su peculiar estilo de todo accesorio, sea en filmes de imagen real o en películas de animación. ‘La crónica francesa’ aporta ahora a ese universo entre nostálgico, irónico y ‘vintage’, con una estética cada vez más conectada con la línea clara del cómic franco-belga, dos aspectos relevantes: su estructura, ya que es una película dividida en tres episodios autónomos, aunque ligados a partir de una misma idea temática, y su ubicación en una pequeña ciudad francesa. De hecho, y contra todo pronóstico, porque no es un cineasta muy habituado a la cita o el homenaje, Anderson comienza este filme con una secuencia imitativa de uno de los momentos más recordados de ‘Mi tío’, de Jacques Tati, aquel en el que Monsieur Hulot entra en un edificio y sube andando lentamente piso tras piso, todo ello filmado en un plano general estático desde el exterior de dicho edificio.
Los principales personajes de los tres relatos son miembros de la redacción de un periódico estadounidense instalada en una apacible e imaginaria ciudad francesa anclada en el tiempo. Cada historia parte de una premisa periodística, pero se desarrolla con absoluta libertad. Como ocurre casi siempre en los filmes de episodios, el conjunto resulta algo descompensado. El primero, misterioso, corresponde a la sección ‘Color local’ del periódico, con un pintor recluido en un manicomio y una de las carceleras convertida en su musa. El segundo, perteneciente a la sección de política, gira en torno a las crónicas de unas revueltas estudiantiles y resulta más manierista. El tercero, sobre aromas, mezcla gastronomía y crónica policial; sobre todo, mezcla con ingenio imagen real y una parte en dibujos animados, del mismo modo que en el primer relato las manchas de color en los cuadros del protagonista no entran en conflicto con el resto de la fotografía en blanco y negro.
Quizás el estilo de Anderson anda algo estancado. ‘La crónica francesa’ tiene momentos que ratifican esta sensación, pero otros –muchos– que aún pueden disfrutarse como parte de un imaginario único e inimitable.
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