Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Una ironía se balanceaba...

VIñetas de '13, Rue del Percebe'

VIñetas de '13, Rue del Percebe' / El Periódico

Con la ironía pasa como como con la familia: si es la nuestra, la defendemos a muerte; si es la de otros, todo lo que hace nos da por el saco. Nuestra ironía es señal de perspicacia, de sutileza y de humor inteligente (esa entelequia). La ironía de los demás, cuando nos acomete y nos alancea, es muestra de mala leche, insidia e incontinencia. Lo que es libertad para ser irónico en mi caso, es pésima educación y chulería en mi vecino. El poseedor del don de la ironía toma distancia, quizá demasiada, y muestra con qué destreza la usa. Genio y figura (retórica). La ironía, dicen, es la gran figura de la 'posmoderninada', que es como no ser nada y, además, parecerlo. 

En un trabajo clásico, o sea, de mil novecientos ochenta y uno o por ahí, Stanley Fish dejó sentado que “los bajitos no tienen razón de existir” y se le pusieron de uñas lirios y tiranos (no se acordaban, ay, los intransigentes, de que Tito Monterroso decía aquello, más o menos, de “los bajitos tenemos el don de reconocernos en la multitud”). Hablaba, claro, aquel rey pescador de la crítica a quien calificaban de moderno sofista, de algo que no tenía que ver ni con los bajitos ni con su exterminio masivo, sino con lo que las palabras dicen y esconden, con el daño que producen y el bálsamo que procuran. De los niveles de lectura, de polifonías, de “bajtinadas” que entonces lo eran todo. Tenía razón el escurridizo Mijaíl, que también contenía multitudes.

Los irónicos, los ironistas, los ironólogos -Wayne Booth, Pere Ballart, Iris Zavala, los narradores más o menos judíos norteamericanos del siglo veinte, los monologuistas que no van al club de la comedia- hablan de miradas que se cruzan, de mentiras que se crecen, de voces que se imponen y de otras que se han silenciado, de relatos que se quedan en la superficie sin causar heridas, de espacios de poder, de libertad, del 'síperono' de las motos que nos quieren vender ('mobylettes' por 'jarleis'). La casa de la ironía tiene muchas ventanas. Mirar a través de ellas, como de un 'storyboard', como del edificio demediado del '13, Rue del Percebe', como de los tejados 'ayusinos' del Diablo Cojuelo, nos permite atisbar que, efectivamente, el rey está desnudo, aunque viva en Abu Dabi, y que ya está bien de tanto 'a-ba-ni-bí a-bo-e-be'. Y siempre nos queda el recurso de inventarnos la revista 'The New Joker'. No tendría unas portadas tan impactantes como las de su hermana casi homónima, tan 'cool' ella, pero nos permitiría ir retirando el maquillaje que tapa los poros, los peros y las sonrisas del rostro que mostramos.

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