Crítica de teatro

El empoderamiento de las vírgenes suicidas

'Aquell dia tèrbol que vaig sortir d'un cinema de l'Eixample i vaig decidir convertir-me en un om', de Alícia Gorina plantea un retrato generacional abiertamente político, descolonizador y antipatriarcal

Virgenes suicidas

Virgenes suicidas

Manuel Pérez i Muñoz

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El escenario del Lliure se vuelve a llenar de juventud. Si en marzo 'La malaltia' nos dejaba un retrato confuso del artista adolescente a través de la obra de Bruckner, Alícia Gorina plantea ahora un ejercicio similar con resultados notables. Se trata de una relectura escénica de un film que marcó a la directora en su juventud, 'Las vírgenes suicidas' de Sofia Coppola. Veinte años después, cinco adolescentes toman la palabra para desenmarañar el misterio de la película, trasforman la mirada fílmica que objetualiza la feminidad en voz y testimonio de los cambios políticos que proyectan los feminismos.

Cerca de la mayoría de edad, las jóvenes intérpretes salen de un casting con trescientas participantes. Su transformación en las hermanas Lisbon resulta anecdótica cuando lo que se destaca son sus opiniones sobre la sexualidad, el género y el ecologismo. Eleonora Heder forma la base de la dramaturgia a partir de conversaciones con las actrices. Se plantea un retrato generacional abiertamente político, descolonizador y antipatriarcal, que salta del marxismo al poliamor, de las violencias machistas a la destrucción del planeta, de Wittgenstein a Cyndi Lauper. Giran como un calcetín el misterio del suicidio adolescente hasta transformarlo en un último acto contestatario, el cuerpo se significa como sujeto en rebeldía.

Cine, teatro y realidad

Con esta obra de título interminable ('Aquell dia tèrbol que vaig sortir d'un cinema de l'Eixample i vaig decidir convertir-me en un om') Alícia Gorina vuelve a su estilo más personal tras los destacables montajes de obras de Sarah Kane ('Blasted') y Víctor Català ('Solitud'). Como en su recordado 'Watching Peeping Tom', el diálogo entre cine y teatro vuelve a dibujar una estructura entre la representación, el ensayo y la realidad. Más allá de la voluntad narrativa, en su recreación de las escenas del filme de Coppola -esa hipnótica 'Casa de Bernarda Alba' ambientada en el Detroit de los setenta- se esconde una crítica a la ideología del Hollywood comercial, contra la mirada masculina y los valores conservadores.

La escenografía de Sílvia Delagneau y Max Glaenzel reproduce con detalle los icónicos ambientes del 'High School' estadounidense, sin olvidar un estrellado toque poético. Los dos actores veteranos, Joan Carreras y Mia Esteve, aceptan su papel subalterno y resuelven con solvencia el contrapunto adulto, la sorda impotencia frente al irrefrenable desafío de la adolescencia. Magnéticas, todas ellas: Alícia Falcó, Blau Granell, Roc Martínez, Abril Pinyol y, con mención especial, Lea Torrents que, a pesar de lesionarse en el estreno, continuaba el viernes muleta en mano. Función readaptada con inteligencia que atrapa por su vitalidad y por la osadía del retrato. Si la juventud es esto, hay esperanza.

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