FESTIVAL LIFE VICTORIA

La proeza de Albert Guinovart

El compositor catalán estrenó un fantástico ciclo sobre los poemas que Schumann utilizó en ‘Diechterliebe’

Albert Guinovart y Roger Padullés, el viernes en el Festival Life Victoria.

Albert Guinovart y Roger Padullés, el viernes en el Festival Life Victoria. / Elisenda Canals

Pablo Meléndez-Haddad

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El compositor y pianista Albert Guinovart fue el protagonista absoluto el viernes del Festival Life Victoria en el que realizó toda una proeza interpretando y estrenando obra en el Recinte Modernista de Sant Pau. Primero ofreció –junto a la ‘Sonata Nº 2, Op. 22’ de Schumann– sus ya aplaudidos 24 preludis’ compuestos durante el confinamiento por la pandemia, y más tarde estrenó su ciclo de canciones ‘Dichterliebe’ (‘Amor de poeta’) momentos después de tocar el que le inspirara, compuesto en 1840 por Robert Schumann sobre 16 poemas de Heine.

Lo más extraordinario de la velada fue descubrir a un compositor de evidente afinidad con el género, porque el suyo es un ciclo cargado de belleza, respeto al texto, a la prosodia de los poemas y a la energía de cada idea, con citas naturalistas y pictóricas. Hay detalles que conectan con la obra de Schumann, desde ese abrupto final de 'Im wunderschönen Monat Mai' hasta el epílogo instrumental en 'Die alten, bösen Lieder', en el que no se ahorra un agudo final para lucimiento del cantante. Orfebre de la melodía y detallista, en 'Aus meinen Tränen spriessen' se incluye hasta el coro de ruiseñores del poeta, como también se percibe el río y su corriente en 'Im Rhein, im heiligen Strome'. El arco dramático planteado quizás solo flaquea en algún punto, como en 'Ich hab’ im Traum geweinet' enfocada algo erráticamente y sin entrar en el drama. Con toda justicia Guinovart fue ovacionado en este certamen que ahora se abre, felizmente, a la creación actual.

Pero Guinovart también se lució como pianista. Poco puede decirse de su adecuación a la obra creada por él, pero no hay que restar epítetos para aplaudir su versión del ‘Dichterliebe’ de Schumann, con una digitación impecable y siempre atento a los requerimientos del cantante, pero también viéndose libre para disfrutar de las ensoñaciones propuestas en estas joyas de la literatura musical.

Su cómplice en esta aventura, Roger Padullés, estuvo mucho más entregado, concentrado y su canto pareció más espontáneo –a pesar de hacerlo con partitura– en la obra de Guinovart que en la de Schumann. No hay género más expuesto para un cantante que un recital de ‘lied’, y al tenor le costó un par de canciones encontrar la colocación ideal en la obra romántica, llegando a brillar cuando conseguía dar credibilidad a la historia que contaba, como sucedió en 'Ein Jüngling liebt ein Mädchen': en Schumann, cuando se implicaba en el poema, proyectaba una verdad innegable en su canto. Por tesitura Padullés no tuvo ningún problema, llegando a los extremos con seguridad, aunque sin mucha resonancia en el grave. La energía interpretativa no flaqueó en todo el ciclo de Guinovart, siendo también responsable del éxito de este estreno al que se le augura larga vida.

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