Nueva obra del autor de 'No digas nada'

La crucifixión de los Sackler y la industria farmacéutica estadounidense

Patrick Radden Keefe traza en 'El imperio del dolor' una detallada historia de la dinastía multimillonaria que con el OxyContin desencadenó la epidemia de opioides en Estados Unidos

Esta crisis de drogas de primera magnitud se ha cobrado en el país unas 500.000 vidas en 25 años

Patrick Radden Keefe.

Patrick Radden Keefe. / Maite Cruz

Ramón Vendrell

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Aunque incruenta e incluso desapasionada (al menos formalmente), 'El imperio del dolor' (Reservoir Books / Periscopi) es una crucifixión en toda regla de los Sackler en particular y de la industria farmacéutica estadounidense en general. Suelen serlo de alguien o de algo las buenas investigaciones periodísticas, y por Júpiter que la nueva obra de Patrick Radden Keefe es una buena investigación periodística.

Un pecado capital de los Sackler, una de las grandes fortunas norteamericanas, sorprendentemente reciente para más información: Arthur, patriarca de la saga y pionero y as de la publicidad y la promoción modernas de medicamentos, logró al frente de la agencia William Douglas McAdams dos éxitos colosales para los laboratorios Roche en los años 60 y 70, con dos fármacos parecidos para más inri, ambos de la categoría de los 'tranquilizantes menores', el Librium y el Valium, este el primer remedio de la historia en superar los 100 millones de dólares de recaudación. ¿Cómo lo hizo? Con un ejército de visitadores que seducían a los médicos para que los recetaran, anuncios a mansalva en revistas médicas (algunas suyas y casi todas dependientes de las cuentas que gestionaba), informes científicos de parte que garantizaban su inocuidad y ocultaban el riesgo de adicción, congresos que celebraban esas panaceas de "la era de la ansiedad" (todo un hallazgo, la expresión) y, en fin, una madeja clientelar que llegaba literalmente hasta el corazón de la FDA (la Administración de Medicamentos y Alimentos estadounidense, por sus siglas en inglés).

Otro pecado capital de los Sackler, ya con Richard, sobrino de Arthur, al frente de los negocios del clan: su farmacéutica, Purdue Pharma, lanzó en 1996 OxyContin, el analgésico que se considera el principal desencadenante de la crisis de opioides que en los últimos 25 años se ha cobrado unas 500.000 vidas en Estados Unidos. Los métodos utilizados por Purdue Pharma para propulsar su fármaco fueron casi calcados a los empleados con el Librium y el Valium, si acaso con los medios multiplicados por mucho. También las ganancias: 35.000 millones de dólares ha recaudado OxyContin.

El negocio de las drogas

Al autor de 'No digas nada' siempre le ha interesado (periodísticamente) el negocio de las drogas ilegales, explicó el miércoles en rueda de prensa en Barcelona. Hacia 2010 detectó que los cárteles mexicanos empezaban a producir heroína. Le pareció extraño. No obstante, sabía que mientras desde Estados Unidos se demoniza a los narcotraficantes mexicanos como generadores de la oferta, estos observan a Estados Unidos desde el frío punto de vista de la demanda. "Empecé investigando al 'Chapo' Guzmán y siguiendo el hilo llegué a los círculos más elitistas de Estados Unidos, a una familia hasta hace poco tenida por un modelo de éxito capitalista", dijo. Estados Unidos demandaba heroína y fentanilo porque los opioides legales habían originado legiones de adictos.

"La frontera entre lo legal y lo ilegal es tenue -señaló Radden Keefe-. El truco del OxyContin [y el resto de opioides farmacéuticos] es que logró vender que no es adictivo, de modo que se recetó masivamente no solo para dolores oncológicos sino para cualquier tipo de dolor". Pero vaya si es adictivo. Pronto millones de pastillas de opioides se vendían en el mercado negro (ilegal), pero estas pastillas también daban beneficios (legales) a las farmacéuticas. Siguiente paso, la heroína y su hermano mayor el fentanilo mexicanos.

Tres teorías

La epidemia de opioides se ha cebado en zonas rurales blancas y pobres de estados sureños como Virginia, Kentucky y las dos Carolinas. ¿Por qué? "Eso fue al principio, ahora se ha extendido y es más difícil acotar la epidemia a lugares y perfiles -explicó Radden Keefe-. Hay distintas teorías sobre por qué empezó en esos sitios. Una es que son zonas posindustriales, con elevado paro y con abundancia de dolores debido a la minería, principalmente de carbón. Otra es que son zonas aisladas que quedaban fuera de las rutas de las drogas ilegales, así que unas drogas legales... Y una tercera es que Purdue Pharma fue a por esas áreas porque sabía que eran terreno abonado para el OxyContin".

Glups. "Lo que es un hecho -prosiguió el autor- es que las zonas donde menos invirtió inicialmente Purdue Pharma tienen ahora menos casos de adicción a la heroína y el fentanilo que las zonas donde más invirtió".

2018, el año del cambio

En 2006 Purdue Pharma saldó un caso judicial con un acuerdo que incluía una declaración de culpabilidad en la gestión del OxyContin. No le hizo ni cosquillas. Los Sackler siguieron intocables hasta 2018. Ese año pasaron dos cosas. La primera: la reputada fotógrafa Nan Goldin, adicta al OxyContin, leyó un artículo de Radden Keefe en 'The New Yorker' y comenzó a hacer campañas para que las instituciones artísticas y educativas, numerosas y de primer orden mundial, que se habían beneficiado de la filantropía de la dinastía rompieran lazos. El Louvre fue la primera y siguieron otras. El Metropolitan Museum of Art neoyorquino, con su imponente Ala Sackler dedicada al antiguo Egipto, está al parecer a punto de tomar una decisión.

La segunda cosa que pasó en 2018: diversos fiscales estatales abandonaron la estéril estrategia de encausar a Purdue para empezar a encausar a la familia Sackler. Purdue y otras farmacéuticas ya han aceptado pagar cantidades milmillonarias para ir tapando estas demandas.

Radden Keefe no está especialmente satisfecho de que la publicación de 'El imperio del dolor' haya coincidido con la pandemia del coronavirus. La FDA queda en su libro por los suelos y a fin de cuentas es el organismo que ha dado el visto bueno a las vacunas contra el covid en Estados Unidos. "Con lo que sé, me resulta un tanto incómodo llevar la vacuna de Pfizer -bromeó-. Las farmacéuticas son industrias que se mueven por el interés económico, no por la salud pública, y hay que ser por tanto escéptico con ellas. Pero no tanto como lo son mis compatriotas con las vacunas contra el covid".