Discos de la semana

Crítica de ‘Hey what’, de Low: el pacto de la voz y la máquina

El dúo de Minnesota, clásico del indie-rock, extrema su lenguaje sonoro en ‘Hey what’, un álbum en el que apuesta por la fricción de la pureza vocal y la polución electrónica

Los nuevos álbumes de Motorists, Brandee Younger, Drake y Manic Street Preachers, también reseñados

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Rafael Tapounet
Jordi Bianciotto
Ignasi Fortuny
Roger Roca
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Los caminos del lenguaje rock siguen abiertos a la evolución y la expansión, y Low sigue demostrándolo, aunque pueda parecer que el suyo es un tránsito opaco o volcado hacia adentro. ‘Hey what’ es otra obra quizá apta para oídos abiertos a la ralentización de los ‘tempos’ y al diálogo de la melodía con la polución sonora, aunque sin dejar nunca de lado la idea de canción. Música de belleza acaso algo retorcida, violentada por soluciones abruptas, pero no hay que tenerle miedo.

El álbum sigue la senda del ovacionado ‘Double negative’ (6º mejor disco del año 2018 en EL PERIÓDICO) con su paso al frente en materia de manipulación sonora digital y sus planos enrarecidos, allá donde no se sabe muy bien si las señales proceden de la guitarra o del laboratorio (o de ambos lugares a la vez). Las líneas melódicas flotan ahora con un plus de pureza, redoblándose así el contraste con las intranquilas soluciones sónicas. Es la versión de Low surgida de su alianza con el productor B. J. Burton, cómplice del último Bon Iver, acaso un tercer miembro del tándem titular, que ahora, tras la marcha, en 2020, del bajista Steve Garrington, se reduce a la pareja formada por Alan Sparhawk y Mimi Parker. 

Nuevos espacios

Si en su estreno con Burton (el coproducido ‘Ones and sixes’, 2015), el seminal slowcore de otros tiempos destapó nuevos espacios acudiendo a la percusión electrónica, y ‘Double negative’ tensó la cuerda introduciendo ‘loops’ contaminantes y capas de zumbidos post-rock, ahora ‘Hey what’ suena algo más diáfano al aislar las armonías vocales y dejar que campen con cierta suficiencia a la espera de que la electricidad se interponga en su camino. Fórmula repetida en varias de estas canciones, que comienzan de un modo y terminan de otro, transformándose, desdibujándose o dejando que el corte seco altere su dinámica.

Lo ilustra el par de temas de apertura: ‘White horses’, con sus voces de resonancias folk sobre un bucle de ruido que, después de ganar la partida, deriva en una coda minimalista (no es la única del álbum) hasta fundirse en ‘I can wait’. Ahí mandan las voces sentidas, muy expresivas, desplegadas sobre una señal robótica repetitiva. 

El bello canto en procesión configura ‘All night’, una vaga épica coral se insinúa en ‘Disappearing’ y Mimi Parker hace suya la conmovedora ‘Hey’. Las voces reinan sin rodeos en la parcela ‘a cappella’ de ‘Days like this’, inyectan humanidad en el desamparo paisajístico de ‘Don’t walk away’ y se elevan con aplomo entre los cortantes ‘riffs’ rockeros de ‘More’. De todo ello sale una hermosa obra de arte expresionista, con poderes para trascender la negritud de ‘Double negative’ apelando al diálogo radical de la voz humana y la máquina. Jordi Bianciotto

El primer elepé del trío canadiense es uno de esos artefactos que parecen diseñados para hacernos añorar los conciertos en salas pequeñas y sin distancia interpersonal. Con un sonido que hermana el ímpetu guitarrero del power pop, los ritmos marciales del post-punk y el desaliño vocal del indie y unas letras en las que fantasías escapistas colisionan con viñetas de crudo realismo sobre la vida moderna y su rendición a la tecnología, las canciones de los Motorists son una feliz invitación al reencuentro. Rafael Tapounet

La joven arpista Brandee Younger hace música ligera. Pero ligera en el buen sentido: Somewhere Different, un viaje al espíritu del jazz de los 70 con acento de hoy -cadencias de hip hop, pinceladas electrónicas-, cala como lluvia fina. Sin dramatismo, sin catarsis emocionales, cada melodía empapa un poco más que la siguiente. Música etérea y al mismo tiempo honda que tiene como guinda el contrabajo del sabio Ron Carter en un par de cortes. Paz y amor en dulces arpegios. Roger Roca

Quizá ser Drake pesa demasiado incluso para Drake. Su último disco es parte de ese ego fruto de ser el gran rapero de este siglo. El sexto álbum del canadiense pasa de una manera tenue, sin momentos geniales ('No friends in the industry' quizá), pero con el mínimo que garantiza una mente como la de Drake en su búsqueda de mimar la lírica. 'CLB' es una muestra más del dominio de Drake de los cánones exitosos en cuanto a sonido y compañías, y por eso la cúpula del hip hop está con él (Jay-Z, Travis Scott, Young Thug...) en el disco. Ignasi Fortuny

Sigue la buena racha de los galeses, ahora con un álbum en el que ciertas vivencias ingratas (de la pandemia y la angustia ‘orwelliana’ a la muerte de los padres de Nicky Wire) se filtra en un cancionero que realza las cualidades de su era madura. Esbeltas líneas melódicas y nervio ejecutivo, sin las cuerdas de ‘Resistance is futile’ (2018), casando el melodrama con una corpulencia heredera del punk. Y brindando sustanciosas citas con Julia Cumming (de Sunflower Beam) y Mark Lanegan. J. B.

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