Novedad editorial

Cuando Barcelona fue Kabul

Andreu Claret, periodista y miembro del comité editorial de El Periódico, nacido en el exilio francés en 1946, concluye su trilogía dedicada a la Guerra Civil con '1939. La caiguda de Barcelona'. Personajes reales y de ficción se ven inmersos en el desastre de la retirada (y más allá, en un periodo oscuro que tiene como colofón el fusilamiento de Companys).

Andreu Claret

Andreu Claret / Manu Mitru

Ernest Alós

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A Andreu Claret, cuando escribió su última novela, ni se le pudo pasar por la cabeza que el lector en cuyas manos caiga, este septiembre de 2021, '1939. La caiguda de Barcelona' (Columna) inevitablemente pensará en otra caída, la de Kabul. «Vivíem, políticament, en un món imaginari», dijo Antoni Rovira Virgili, en una cita que abre el libro. Hasta que la realidad hace abrir los ojos, de un día para otro, a quienes descubren, en medio de «un desorden inmenso», cómo se aceleran los acontecimientos y han de pasar de los llamamientos a la resistencia a los planes para un hipotético repliegue y, finalmente, a la huida, no en cuestión de semanas sino de días y, súbitamente, de horas.

La caída de Barcelona propiamente dicha solo ocupa finalmente el primer tercio del libro. No podía explicarse sin seguir con la desbandada por las carreteras catalanas y los pasos del Pirineo, «el éxodo de 400.0000 personas que en pocas semanas pasaron la frontera, un momento icónico a escala europea». Y a escala personal. «Hay una magdalena de Proust. Yo soy hijo del exilio, es un drama que yo lo he vivido en casa; hasta los 17 años viví en Francia, y de niño mi abuela siempre me daba el desayuno con una cucharilla de plata. Después supe que era la única que se había quedado de la cubertería que debieron dejar en la cuneta porque el cochecito donde lo llevaban todo se desmontó». La novela recorre todas las estaciones de este via crucis. Sant Hilari, Darnius, el Mas Perxés, Girona, Figueres, La Vajol... Y empieza con una dedicatoria: 'A la mare, que va caminar de Manresa al Pertús quan encara no tenia quinze anys'.

En su primer libro sobre la guerra civil, 'El secret del brigadista', Claret intentó el formato de la crónica para recuperar las memorias familiares pero descubrió pronto que, viniendo del periodismo de agencia, «muy poco dado al adjetivo», se le quedaba corto. Y ya no se apeó de la novela. «Me siento cómodo en el mix de hablar del sufrimiento de la gente, esa cosa dantesca de encontrarse la frontera cerrada, y novelar el desbarajuste que supuso la retirada de las administraciones y en concreto de la Generalitat a través de personajes trágicos y de novela como Azaña, Negrín y Companys».

Para lo primero, se centra en tres personajes de ficción. Un exboxeador y veterano de Teruel escolta de Companys y, sobre todo, sus dos preferidos, una prostituta judía polaca, Agnieszka (a quien reserva la venganza final, “un ejercicio de justicia poética necesaria", nada más y nada menos que en el mítico Madame Petit), e Irene Moragues, un trasunto de la periodista Irene Polo, “uno de los personajes más fascinantes del periodismo catalán y a la vez más dramáticos”. Para lo segundo, reconstruye conversaciones entre políticos republicanos en esos últimos días (con «verosimilitud» garantizada por el plácet del catedrático Borja de Riquer), con Companys como hilo conductor. «Su drama, engañado por Azaña, humillado por Negrín, abandonado por los suyos –¡ni uno solo de los mossos que lo acompañan al exilio se quedan en Francia con él!– y sin un duro en el bolsillo, es la metáfora de la tragedia del 39».

El final de Companys

Pero claro, apunta, «si coges a Companys no te puedes quedar en 1939, tienes que llegar al Companys secuestrado por la policía militar alemana, su paso por los calabozos de la Puerta del Sol y su fusilamiento. Y lo hice porque Companys, que es un personaje lleno de errores y dudas y momentos estrafalarios, arrebatamientos con un punto casi médico, se salva por la comportamiento digno ante la muerte». Llegar hasta el final épico del presidente de la Generalitat tiene también raíces en la historia familiar de Claret. «Mi padre era amigo de Companys,  fue uno de los fundadores de ERC aunque muy joven y sin ocupar ningún lugar destacado, y cuando hablaba con él siempre me decía: ‘era un bon home’, que es una manera muy contenida de hacer el elogio. Porque políticamente era un desastre pero no lo acababa de reconocer, decía cosas como que los acontecimientos lo superaron o que fue víctima de su entorno. Esa visión de mi padre me ayudó a perfilar el hombre».

Aunque hubo otros momentos, añade, en que Companys hizo lo que se tenía que hacer. “En julio de 1936 planta cara. ¡Y esto de plantar cara es algo que, aquí, en Catalunya, no siempre pasa, hay más bien una tendencia ‘tocar el dos’!”.

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