Disco de la semana

Iron Maiden, aplastante máquina de guerra en ‘Senjutsu’

Los titanes del heavy metal funden épica y melancolía en su nuevo álbum, doble y tendente a las canciones largas e intrincadas

Iron Maiden

Iron Maiden / JOHN McMURTRIE

Jordi Bianciotto

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Barcelona
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Himnos al arte de la guerra, chispazos de mística oriental, melancolía por el ocaso de la cultura celta, viajes en el tiempo en busca del llanto de los dioses y llamamientos a proteger la muralla "luchando con el último hombre". Narrativa novelesca que galopa sobre andamiajes de metal artesanal, rico en giros abruptos, pasajes de vértigo y desarrollos para paladear con el ceño fruncido. Iron Maiden ha vuelto y entrega un álbum espectacular, largo y denso, como una superproducción peliculera, con su pompa y su mística, para demostrar que sigue ahí, plantando cara tanto a las nuevas tendencias como al 'revival'.

Hablamos de 'Senjutsu', el disco de título en japonés (traducible, al parecer, por 'táctica y estrategia') con el que Iron Maiden pone una nueva piedra en su catedral del metal seis años después de 'The book of souls'. Como aquel, también es doble y se hace fuerte en un cancionero de tendencias intrincadas, que sigue apartándose del canon llano de sus primeros tiempos. Ante el cliché de la vuelta a las raíces, los Maiden redoblan el compromiso con una noción aventurada de la composición, sin competir con su pasado y apretando las tuercas. Guste más o menos, no hay ningún grupo que suene como ellos. Su música ha ido creciendo en complejidad y su evolución es autorreferencial, ajena al influjo de sus contemporáneos.

Bendecidos por los dioses

Con todo, facilitan las cosas concentrando en el primer volumen las cartas más accesibles: ‘Senjutsu’, aplastante máquina de guerra con estribillo victorioso; el trote secular de ‘Stratego’ y esa ofensiva pica en Flandes llamada ‘Days of future past’ (con permiso, o no, de The Moody Blues). La voz de Bruce Dickinson, superado el cáncer de garganta, suena bendecida por los dioses y dispuesta a texturas más graves y gruesas. Y acompañan el ‘tracklist’ temas más exploradores (y dilatados): ahí están ‘The writing on the wall’, con sus tres guitarras esbozando figuras ‘bluesy’ y la torturada ‘The time machine’.

Entre ambas, ‘Lost in a lost world’, la primera de las cuatro canciones firmadas en solitario por el veterano ideólogo Steve Harris, con su tránsito de la introspección al festín de guitarras con cierto eco de folclore céltico a lo Thin Lizzy, un esquema que también se esboza en ‘Death of the celts’. Ahí, en la segunda parte del álbum, tras la meditabunda ‘Darkest hour’, a cuenta del soldado en vísperas del combate, campan las piezas extra-largas de Harris, y hay que hablar de la procesión fantasmagórica de ‘The parchment’ (12 minutos y 38 segundos), que termina desbocándose.

Es posible que a algunos de esos temas les sobre algo de minutaje, pero Iron Maiden se ve a sí mismo como dueño y señor de su destino sin concesiones ni límites. En su prepotencia está su raro atractivo, remachando la condición de banda milenaria y estable (la misma formación desde 1999), y yendo a su bola sin mirar de reojo lo que hagan o digan los demás.

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