El libro de la semana

Crítica de 'Los vencejos', de Fernando Aramburu: ahogarse con las esencias de la nada

El escritor donostiarra cambia de registro en esta espléndida novela humanista que sigue al fenómeno 'Patria'

El escritor donostiarra Fernando Aramburu, en el Instituto Cervantes de Madrid

El escritor donostiarra Fernando Aramburu, en el Instituto Cervantes de Madrid / JUAN MANUEL PRATS

Domingo Ródenas de Moya

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Nunca es fácil rehacerse de un éxito sin paliativos como 'Patria', avalado por millones de lectores (por no hablar de la teleserie que inspiró) y convertido en fenómeno social. La expectativa generada podría haber sido inhibitoria para el autor, pero por fortuna no ha sido así y Fernando Aramburu ha compuesto, cambiando de registro, casi diría invirtiendo las claves de 'Patria', una novela perdurable. Si allí el protagonismo y el drama eran colectivos, la sociedad vasca fracturada por el terrorismo etarra, aquí se concentra en un individuo y en su intimidad desahuciada; si allí apenas había margen para desplegar la paleta humorística del autor (desde la ironía al sarcasmo), aquí brilla como había hecho en 'Viaje con Clara por Alemania'. Si allí el eje directriz fue el tiempo (la génesis del odio, la acción terrorista, las secuelas…), aquí es el espacio urbano de Madrid donde el narrador se mueve como un peón irrelevante en un tablero de ajedrez.

El peón es Toni, un hombre de 54 años, profesor de Filosofía en un instituto, que acumula un monto de frustraciones de tal magnitud que ha decidido, serenamente, suicidarse en un año, el 31 de julio de 2019, cuando vuelvan los vencejos. Poco a poco han ido esfumándose los alicientes para seguir vivo, aunque tampoco sabe con certeza por qué prefiere estar muerto. Con el fin de averiguarlo, se impone escribir cada día de ese año terminal: esas anotaciones conforman la novela: 365 más un apunte final. Este diario íntimo evita el tono lúgubre o elegíaco y va armando, pieza a pieza, el puzle de un autorretrato tridimensional de Toni, con su peripecia cotidiana trufada de evocaciones y juicios, de modo que en él se conjugan a la perfección presente y pasado, vivencia y reflexión. De este modo sabemos que estuvo casado con una presentadora de televisión (Amalia), con la que tuvo un hijo corto de entendederas (Nikita) que se encaprichó de una perra (Pepa), el único ser que ahora le provee de compañía. El afecto sin alharacas lo obtiene de Patachula, el amigo fidelísimo que perdió un pie en los atentados yihadistas de Atocha -de ahí el apodo secreto con que lo nombra- y cuyo estado depresivo, compatible con su rabioso vitalismo y su carácter invasivo, le lleva a secundar a Toni: también él espera los vencejos.

Hartazgo y declive

La novela recorre la cuenta atrás hacia la muerte voluntaria -como prefiere llamarla Patachula-, mientras Toni se va desprendiendo de su biblioteca y sus pertenencias y experimenta el chocante efecto rebote de que la vida recobre alguno de sus consuelos (el sexo, omnipresente, como una embarazosa necesidad fisiológica). La súbita reaparición de una antigua novia, Águeda, y su perro Toni introduce un factor inesperado en la lenta caída en el abismo, a lo largo de la cual vamos encontrando opiniones contundentes: la degradación de la enseñanza, la mediocridad de la clase política, el hartazgo del 'procés' y un sinnúmero de asuntos. La profundidad del desencanto solo es comparable con la derrota de su vida privada: el padre opresivo, la madre pegona, el hermano resentido, la ex odiosa, el hijo bobo... Y en ese paisaje de ruinas, Aramburu insufla en su personaje un sentido del humor que mitiga su fatiga existencial y una empatía con los desvalidos que lo mantiene atado a la vida.

Es esta una espléndida novela humanista sobre la dignidad y la esperanza, disueltas en la espera de esos vencejos que son los mismos que revolotean en torno al campanario en el poema 'Muerte de Abel Martín' de Antonio Machado. Los dos filósofos imaginarios, Abel Martín y Toni, pueden rogar al Señor inexistente que les ahogue de esta mala gritería con las esencias de la Nada. 

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