Disco de la semana

The Beach Boys y los álbumes perfectos para el fin del verano

La reedición en un doble disco y un 'boxset' de ‘Sunflower’ (1970) y ‘Surf’s up’ (1971), obras de culto que en su día obtuvieron un limitado impacto comercial, reafirma la eterna grandeza pop del grupo californiano

ICULT THE BEACH BOYS 1968

ICULT THE BEACH BOYS 1968

Jordi Bianciotto

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La de The Beach Boys es una trayectoria que solo se puede medir con las de los titanes, ya sean The Kinks, The Who o los mismos Rolling Stones, aunque su obra, particularmente en España, no siempre haya sido percibida a ese nivel. Pero aun hoy, aunque tengan plaza en la vitrina tanto sus clásicos pop bañados en olas perfectas (‘Surfin’ USA’, ‘California girls’, ‘Don’t worry baby’, etcétera) como los álbumes de culto ‘Pet sounds’ (1966) y el descarriado ‘Smile’ (que Brian Wilson recompuso, por fin, en solitario en 2004), urge poner también el foco en otros episodios de alta estatura: ‘Sunflower’ (1970) y ‘Surf’s up’ (1971), discos de fin del verano, que ven ahora de nuevo la luz, cinco décadas después, en una de esas exponenciales reediciones que hoy tanto se estilan.

El volumen ‘Feel flows: The Sunflower & Surf’s up sessions 1969-1971’ recupera ambos álbumes en varios formatos ampliados (del doble CD al ‘boxset’ quíntuple), añadiendo registros alternativos, tomas en directo y otras golosinas. Postizos para transmitir esa sensación de dominio total de la obra y su circunstancia, si bien, al fin y al cabo, el meollo, la sustancia, sigue donde estaba: en esos cancioneros que, cruzado el umbral de los años 70 y tras el fundido de la alquimia ‘hippie’, hicieron brillar a The Beach Boys aun yendo con el paso cambiado.

Nuevas profundidades

Ahí estaba el grupo tras ver su canon pop violentado primero por la ‘British invasion’ y luego por la explosión de tendencias de los últimos 60, habiéndoselas tenido con las drogas y con las amistades peligrosas (Charles Manson), y una vez descubierta la certeza de que los veranos no son eternos porque nada lo es. Pero ese roce con el lado oscuro dotó a su lenguaje musical de otras profundidades, más allá incluso del todavía pos-adolescente ‘Pet sounds’.

Tenemos, primero, ‘Sunflower’, un álbum que evoca la gloria pop de sus mejores días en un repertorio de autoría repartida entre todos los miembros del grupo. Ahí están los imbatibles temas de Brian Wilson, con sus ofrendas a los valores puros (el amor en ‘This whole world’; las tonadas redentoras en ‘Add some music to your day’), pero también las dianas del suplente Bruce Johnston (‘Deirdre’) y de un emergente Dennis Wilson: la perla última es ‘Forever’, balada que él mismo canta con un sentimiento que contrasta con su imagen de ‘beach boy’ bala perdida.

El cierre del álbum, ‘Cool, cool water’, con su mística coral, es un vestigio de ‘Smile’, el maldito rompecabezas, del que también hay rastros en ‘Surf’s up’ desde el mismo tema titular. Brian está aquí un poco más ausente, pero sus colegas vuelven a lucirse (Carl Wilson en 'Feel flows'; de nuevo Johnston en ‘Disney girls’) y él mismo entrega al final tres ‘musts’: la ecologista ‘A day in the life of a tree’ y, más aun, ‘Till I die’, envuelta en marejadas mentales con vistas al precipicio, y la catedralicia ‘Surf’s up’, con su liturgia y sus visiones. Altas muestras de unos músicos que, pese las heridas y las fricciones intestinas, se empeñaba en ser una banda, acaso una gran familia, compartiendo sus fantasmas y saboreando la espuma de los días.

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