Una novela salvaje

Katharina Volckmer: "A los alemanes les gusta engañarse contándose que han gestionado muy bien el pasado"

La escritora alemana en lengua inglesa sirve una sátira sobre las responsabilidades de su país en el Holocausto con 'La cita o la historia de una polla judía'

icult  LA ESCRITORA KATHARINA VOLCKMER

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Elena Hevia

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Desde la portada de la edición de Anagrama (en catalán la publica La Campana), la imagen de un imponente consolador estampado con cruces gamadas ofrece una sugerente pista sobre el tema de fondo de ‘La cita’, novela de Katharina Volckmer, alemana de 1987, que ha despertado no poco revuelto en el mundillo literario británico. Esta agente literaria lleva viviendo en Londres desde los 18 y ha decidido escribir esta narración cómica, salvaje y sumamente cruel en inglés, su idioma de adopción.

La elección de una lengua ajena no es poca cosa porque la novela va justamente de identidades sexuales y nacionales y de cómo traspasar sus límites y descreer de las mismas. Si se desea alguna pista más, digamos que el subtítulo del libro tiene un carácter mucho más transgresor: ‘Historia de una polla judía’. No es precisamente sutil y por eso mismo la autora ha dejado a los distintos sellos -de momento la novela ha sido vendida a 14 editoriales- la decisión de si colocarlo o no en la portada. En Francia e Italia se han decantado por la primera opción mientras que en las ediciones castellana y catalana solo aparece en el interior.

Monólogo delirante

¿De qué va todo esto? Resumiendo: el órgano del título es el objeto de deseo de la narradora, curiosamente, una alemana residente en Londres que no deja de hablar torrencialmente mientras patiabierta se somete a la revisión de su ginecólogo, un médico judío, en un monólogo tan delirante como tronchante en el que atiza sin piedad a los alemanes, la ‘dulzura’ de la relaciones familiares y, sobre todo, las complejidades de la sexualidad.

Volckmer tira con bala frente a sus compatriotas y es fácil establecer una vinculación con los monólogos corrosivos de Thomas Bernhard contra la conservadora Austria o del no menos sulfúrico ‘Lamento de Portnoy’ de la novela que le valió el odio eterno de los judíos ortodoxos a Philip Roth. A la alemana no le tiembla la voz cuando acusa. "A los alemanes les gusta engañarse, contándose a sí mismos que han gestionado muy bien el pasado. Pero ese enfoque es erróneo porque con un pasado como el nuestro, con la herida abierta del Holocausto, jamás vas a poder conseguirlo", dice desde la pantalla del ordenador de un despacho de Londres. "Me interesa mucho la continuidad del fascismo que es algo que, a poco que te fijes, sigue muy presente en Alemania. No en vano, desde la reunificación en mi país han muerto más de 200 personas a manos de neonazis"”.

Nieta o bisnieta de aquellos que vivieron la Segunda Guerra Mundial, la autora pone como ejemplo esa incomodidad que se produce en las familias cuando los más jóvenes intentan ahondar en las responsabilidades de sus abuelos. "Cuando yo era adolescente, es decir, hace un cierto tiempo, pero no tanto se hizo una exposición sobre la Wermacht en la que se mostraban los crímenes de los soldados de a pie y la gente no dejaba de sorprenderse con aquello. Como si no pudieran imaginar que todos, todos, hicieron cosas espantosas. Además si les preguntas por la guerra, los que la vivieron suelen hablarte de su sufrimiento pero no parecen sentir lástima por los crímenes cometidos".

Los límites del humor

Que estos temas tan graves estén tratados en ‘La cita’ de una forma tan humorística, todavía hoy no deja de sorprender. La cuestión es si como decía Adorno después de Auschwitz no se puede hacer poesía, quizá sea mucho menos posible provocar la risa con ello. ¿Dónde está el límite? "Yo creo que el humor es un espacio muy anárquico. Pero en mi caso he intentado hacer que la gente se ría e inmediatamente después se pare a pensar por qué lo ha hecho. Naturalmente que no puedes reírte de las víctimas de la Shoah pero sí de los que la causaron. Pienso en una película como ‘La muerte de Stalin’. Me reí mucho, pero cuando salí del cine sentí una especie de mareo ante aquellas atrocidades".

Establecer el equilibrio es una de las máximas preocupaciones de la alemana que en su afán de provocar no duda en utilizar asuntos bastante vulgares. "Me gusta la vulgaridad. No le tengo miedo. En Alemania se negaron a publicar esta novela precisamente por esto. Busco incluir escenas explícitas de sexo porque mi intención era hablar de ello en positivo". Lo que sí le preocupa algo más es la inminente aparición de su novela en Alemania, que su abuela de 91 años está deseando leer. Finalmente, una editorial independiente quiso apostar por ella y habrá que ver el runrún que desencadene. "Creo que será un debate muy liberador para todos. Para todos los que lean, claro, porque los nazis no suelen leer libros".

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