Crítica de música

Pablo Alborán, la espuma de los días en Porta Ferrada

El cantante malagueño cautivó en el festival de Sant Feliu de Guíxols con la sensualidad y el intimismo de su nuevo disco, ‘Vértigo’, y de su catálogo de éxitos

Pablo Alborán, en el concierto que ofreció el viernes en Porta Ferrada

Pablo Alborán, en el concierto que ofreció el viernes en Porta Ferrada / Ferran Sendra

Jordi Bianciotto

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Hay ganas de conciertos que celebren la vida y que sean puntos de encuentro transversal, familiar, según el viejo rito de la noche de verano. Y Pablo Alborán es un artista capaz de ofrecer todo eso con su voz hermosa, sus baladones insondables y su sensualidad pop tocada por una tenue latinidad. Cancionero a la vez exigente y liviano, el suyo, con un don para llegar al gran público y señales de nobleza compositiva que marcan la diferencia, todo ello proyectado en un espectáculo de tiros largos, este viernes en el Festival de la Porta Ferrada.

El Guíxols Arena acogió una de las seis paradas de este, por ahora breve, ‘Tour Vértigo’, ampliando el aforo inicial hasta los 2.500 asistentes, con el 70% de aforo estipulado, mascarillas y el conocido ‘atrezzo’ pandémico. Ambiente de relajamiento estival bien visible en el bullicioso ‘village’, en cuyo pequeño escenario adjunto actuó previamente Rodrigo Mercado, hijo del que fuera líder de Leño, Rosendo. Mientras volaban por el lugar las hamburguesas y las porciones de pizza, defendió con toda dignidad su rock de autor en acústico, acompañado de un guitarrista, con ribetes de rap y aquel tema que compuso con su padre, ‘A remar’, en el que nos cita en el frente de batalla, “declarado en rebeldía con autoridad”.

Baladas brumosas

Con Pablo Alborán llegó la algarabía, suave, sin catarsis ni histerias, a lomos del ritmo tropical de ‘Tabú’, con el sustento de seis músicos y en un escenario enmarcado por una extralarga pantalla de vídeo. Montaje considerable en estos días de pequeñeces, y un trayecto bien trabado, combinando con buen ojo la invitación a la danza y la introspección. Las canciones de ‘Vértigo’ marcaron territorio, primero con las baladas brumosas ‘Hablemos de amor’ y ‘Corazón descalzo’, que deslizan cierta experimentación en los tejidos sonoros. Ahí estuvo ‘El vendaval’, un tema cuyo estribillo, hay que decir, recuerda a ‘No me compares’, de Alejandro Sanz.

Son ya diez años de carrera, y alguno más desde los días de los vídeos en el sofá blanco, y Alborán se prestó a ventilar sus hitos primeros en un ‘medley’ que no incluyó la álgida ‘Seré’, pero si otro delicado título pretérito, ‘Tanto’. Lírica siempre florida, de metáforas a veces enrevesadas, y poderío pulmonar en ‘Que siempre sea verano’, cuando estiró las notas pidiendo “apriétame la mano” para deleite popular. Y más novedades distintivas: ‘Si hubieras querido’, con su etérea cadencia electrónica abierta al arabesco, y el baladismo peliculero de ‘Vértigo’.

Y el Alborán de distancia corta, que defendió al piano ‘Cuando estés aquí’, tema compuesto en tiempo de pandemia, invitándole a sacar conclusiones audaces (“el ser humano no es tan malo como parece”), y que retrocedió hasta la iniciática ‘Solamente tú’, con fragmentos en catalán, entre arrebatos improvisados de cante flamenco. Ahí, en esas piezas más recogidas, bien puede estar el corazón del artista, si bien él es capaz de salir razonablemente bien parado incluso poniéndose pachanguero, como en ‘La fiesta’, el tema que cerró la noche, animando al público a cantar con él y haciendo crecer entre todos la espuma de los días.