Crítica de danza

'À un endroit du debut': mito griego, historia africana

El Mercat de les Flors acoge el tardío debut en Barcelona de Germaine Acogny, figura crucial de la danza contemporánea

Germaine Acogny, en un momento de 'À un endroit du debut'

Germaine Acogny, en un momento de 'À un endroit du debut' / Grec

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Un broche más que apropiado para el Grec dedicado a África: el inexplicable por tardío debut de una figura crucial para entender el desarrollo de la danza africana contemporánea. Con 77 años, Germaine Acogny continúa marcando presencia en escena. Su cuerpo dibuja con precisión ese método característico que ha transmitido a miles de alumnos en sus dos academias senegalesas, proyecto pedagógico que inició en los años 70 con el apoyo de Maurice Béjart. ‘À un endroit du début’ hurga en su biografía para estirar la tensión entre lo tradicional y lo foráneo, oposición que ha marcado su carrera. 

 El director franco-germano Mikaël Serre ha ideado para Acogny y su compañía Jant-Bi un espectáculo multidisciplinar con vídeo, texto proyectado y diversos planos escenográficos; un dispositivo sobreabundante que contrasta con, y en ocasiones tapa, la sencillez de la coreografía. Al comienzo, preside la escena la imagen del padre uniformado de la también intérprete. Esa figura masculina simboliza la ruptura con la tradición, funcionario del régimen que abandona el animismo y abraza la religión cristiana. “El poder se transmite de mujer a mujer”, nos recordará insistentemente Acogny inspirándose en las palabras de su abuela, una sacerdotisa yoruba que es su principal inspiración.

Crítica anticolonial

La oposición inicial es poderosa, y las trazas políticas de crítica anticolonial muy fértiles. Lejos de encallarse en el plano documental, la dramaturgia se ramificará hasta perder de vista el tronco. Se introduce un ambiguo debate sobre la poligamia, se esboza el drama de la migración y se disuelve la voz de la protagonista hasta transfigurarse en Medea: la bruja, la extranjera, la infanticida. La posesión funciona como reacción contra lo blanco, el veneno, y la magia del mito se vuelve en contra de las costumbres que vienen de fuera. Pero llegados hasta ese punto todo está abierto, y el espectáculo va más cargado de símbolos que de certidumbres narrativas. Lo personal se ha difuminado entre capas de significado.

Con sus movimientos acuáticos y una cadencia felina, Acogny plantea para su trabajo coreográfico una esencialidad inspirada en la naturaleza, pura. Liberada en su sabiduría de los espasmódicos vaivenes de la danza tribal, huye también de los lenguajes manidos de la contemporaneidad. Algunos objetos ayudan a invocar estructuras de ritual, ceremonias que recuerdan pasajes demoledores, como cuando la abuela le afea el maquillaje blanqueador que utiliza en la misa del domingo. Llega entonces un final un poco abrupto que plantea la reconciliación con la herencia recibida. Pudiera parecer que todos los conflictos que se han planteado están ya solucionados, y así podemos cerrar el viaje africano del Grec.