Opinión | Periféricos y consumibles
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Estados Unidos de Homérica
Se empeñan la policía del karma y de la energía positiva a cascoporro en abolir por decreto a héroes de leyenda tan solo por ser héroes, a canallas de libro solo por ser canallas, a los muertos que alcanzaron la gloria en la batalla.
Quizá la ficción sea ya el único espacio en el que está permitido hablar, sin necesidad de la justificación o el permiso de lo políticamente correcto y sus cancerberos, sobre héroes y tumbas. El hermoso título de Ernesto Sábato nos resume de manera certera como especie. Otra cosa es la venda suave que se empeñan 'algunes en ponernos para borrar de nuestras retinas y rutinas una realidad que se les antoja perversa, cruel, grotesca, innecesaria.
Se empeñan la policía del karma y de la energía positiva a cascoporro en abolir por decreto -son juez y parte casi siempre sus cuadros y sus mandos- a héroes de leyenda tan solo por ser héroes, a canallas de libro solo por ser canallas, a los muertos que alcanzaron la gloria en la batalla. Se empeñan en hacernos 'Edipos', pero no de los de Vonnegut, que al menos Edipa tiene su puntito desbocado. Querrían que estuviéramos ciegos para evitarnos, paradójicamente, el sufrimiento de ver. Querrían sacarnos de lo que entienden es nuestro mundo de sombras e ignorancia para llevarnos, qué felicidad tan quiropráctica y tan reiki, al “mundo de las ikeas”, donde encontraremos nuestro ajuar perfecto, nuestro lecho de Procusto a la medida.
Pero la realidad es terca. Y llega Angélica Liddell y pone la escena, la ética y la estética patas arriba con su propuesta artística 'Liebestod-El olor a sangre no se me quita de los ojos-Juan Belmonte' en la que hay héroes, tumbas, sangre y nada de pensamiento débil. Y el arte se constituye, como fue siempre, en un lugar de pocas verdades y de muchas búsquedas e indagaciones en el abismo de cada uno y de todos.
La realidad es terca y recordamos a 'Fräulein Rottenmeier', la amargada señorita Rottenmeier de la novela de Johanna Spyri, porque la infancia es la patria del ser humano, y el patio de su recreo, y el lugar de las apariciones, y el tiempo en que aprendemos las figuras pletóricas que nos explicarán para siempre el mundo, que nos ayudarán a entenderlo, a derruirlo, a prenderle fuego si hace falta.
Héroes y tumbas, aventura y muerte. Maldad y belleza. Su contrario. Ha muerto el actor que dio vida a Falconetti en la serie 'Hombre rico, hombre pobre' de los años setenta. En medio de la trillada historia de la lucha fraternal entre el elegido y el expulsado (Caín y Abel mirando de reojo), se elevaba la figura del malvado al acecho. Uno no se habría ido de camping con semejante matón, pero con él aprendimos a tener cuidado ahí fuera, en la plaza del mundo. Y eso no nos lo habían enseñado los memos de los Hermanos Malasombra, aquellos que salían en Los Chiripitifláuticos.
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