Crítica de teatro
'La gavina': Rigola y las emociones falseadas
El director deja otra huella de su idea de despojar al teatro de artificio, con un refuerzo de lo autorreferencial en la ruptura de la frontera entre intérprete y personaje
José Carlos Sorribes
Periodista
Àlex Rigola se ha especializado en destilados teatrales. El último de ellos es su tercera inmersión, con 'La gavina', en una pieza del genio ruso Anton Chéjov. Tras 'Ivanov' y 'Oncle Vània, el montaje ha llegado a trompicones a la Villarroel -dentro del programa del Grec- a causa de la pandemia, y también con diversos cambios de reparto. De nuevo, el reconocido director juega a romper la frontera entre actor y personaje con el recurso, por ejemplo, de que los intérpretes mantengan su nombre en escena. Rigola quiere así despojar al teatro de todo artificio. Lo considera necesario en busca de una verdad escénica que huya de las "emociones falseadas”, como se dice en la pieza. La propuesta, además, limita la escenografía a mínimos.
Quienes deben aceptar el juego que propone Rigola son, en primer lugar, los actores. Han de ser ellos mismos interpretando un rol. Nadie dice que resulte fácil. La pirueta en 'La gavina' da un paso más porque lo autorreferencial tiene un enorme peso en la dramaturgia. Recordemos que en la pieza de Chéjov se reúnen personajes vinculados al mundo teatral y artístico: una joven actriz (Irina), otro joven autor experimental (Treplev), una actriz madura (Irina) y un literato famoso (Trigorin). Todos entrecruzan sus posiciones respecto a la creación, sin dejar de lado sus emociones: amores no correspondidos, el miedo a la soledad, a la vejez o al fracaso. Ese universo, en definitiva, en el que Chéjov resulta siempre magistral.
Vivencias teatrales y personales
De ahí parte Rigola, pero no para hacer una versión, sino para plantear un juego con los personajes y las palabras de 'La gavina' de fondo. Empieza el siempre brillante Xavi Sáez, pero luego le seguirán el resto del reparto: Chantal Aimée, Eudald Font, Melisa Salvatierra, Roser Vilajosana y el propio Rigola. Hablan de sus vivencias particulares, teatrales sobre todo, pero también de otras más personales. La apuesta del director llega al punto de que él se ha incorporado a la obra en un papel que, en la primera versión del montaje, desempeñó Pau Miró. Es la vuelta de tuerca definitiva al rotundo planteamiento del exdirector del Lliure.
El juego transcurre de forma entretenida aunque con la progresiva sensación de que es apto sobre todo para un espectador muy teatrero. Sucede así por la elección del camino autorreferencial, que puede llegar a resultar algo fatigoso si no se está metido en el mundillo. También es ideal para quien disfrute en la búsqueda de esos pasajes y palabras de la obra directamente chejovianos. Lo que también queda con 'La gavina' es la percepción de que Rigola está llevando al límite la vía de sus últimas creaciones, con esas puestas en escena y ese trabajo actoral de irreductible esencialidad.
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