Crítica de musical

'My fair lady': y el musical triunfó en el Liceu

‘My fair lady’ hace historia como la primera obra de este género en el coliseo lírico

‘My fair lady’ hace historia como la primera obra de este género en el coliseo lírico

Un momento de la representacion de 'My fair lady' en el Liceu

Un momento de la representacion de 'My fair lady' en el Liceu / Martí Fradera

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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El debut del género del musical en el Liceu, de la mano del clásico ‘My fair lady’, se saldó con un éxito incontestable. Fue fundamental en este caso –teniendo en cuenta de que se trataba de una versión sin escenificar– el talento, la sabiduría y la excelencia de un reparto sin fisuras de auténticos especialistas, un puñado de cantantes-actores de una extraordinaria capacidad dramática que controlaba sin problemas los personajes a su cargo. Pero es que estos dotados artistas no solo se limitaron a recitar sus diálogos y a cantar sus canciones, sino que, ayudados por una inteligente y sintética dirección de escena, construyeron unos personajes entrañables (y también alguno muy desagradable), proyectando los recovecos del libreto con gran claridad.

Las flores no se limitan en este caso únicamente a los protagonistas, ya que la maravillosa Susie Blake, camaleónica en los acentos, dictó cátedra en sus diferentes papeles –la callejera Cockney, la estirada Mrs. Higgins y la prudente Mrs. Pearce– al igual que el espectacular Peter Polycarpou, un Mr. Doolittle absolutamente genial en su caracterización, en sus canciones y en sus movimientos.

El tenor Nadim Naaman cantó y se movió con soltura como el enamorado Freddy Eynsford Hill, mientras que el delicioso Colonel Pickering de Richard Suart conquistaba por su simpatía. Steven Pacey bordó al desagradable Professor Higgins, un cúmulo de prejuicios y de clasismo, llevándose el personaje a su terreno y a sus posibilidades vocales, mientras la soprano Ellie Laugharne dibujaba una extraordinaria Eliza Doolittle tanto en el apartado musical como en su desempeño como actriz.

Este lujo de reparto –apoyado en una muy natural y bien conseguida amplificación acústica– consiguió que los prejuicios de los liceístas hacia este género se fueran derrumbando a medida que transcurría la función, además de superar sin problemas la dificultad añadida que significaba ofrecer la obra en versión original, ya que ‘My fair lady’ exige un inglés expresado en diferentes ‘slangs’, desde el acento ‘cockney’ al más sofisticado. El clarificador movimiento escénico planteado por Guy Unsworth se detuvo en detalles fundamentales consiguiendo un discurso teatral que llevaba al público del Covent Garden a la casa del protagonista en un abrir y cerrar de ojos, sin importar la presencia de orquesta y coro en el mismo escenario. Todo ello apoyado en un inteligente y sutil juego lumínico y en un mínimo cambio de vestuario.

La Simfònica y el Coro liceístas realizaron una gran actuación, dando vida a una partitura ofrecida al completo, salvo por los números de danza, todos bajo la batuta experta, dúctil y eficaz del español Alfonso Casado Trigo.

El público supo disfrutar de esta novedosa propuesta que, por el momento, parece que no tendrá continuidad en la oferta artística del Liceu.