Crítica de cine
'Surge', furia sin control
El magnético trabajo de Ben Whishaw eleva una película frenética que a ratos parece avanzar sin motivo ni finalidad
Nando Salvà
Como ‘Un día de furia’ (1993), el primer largometraje del director Aneil Karia observa a un hombre psicológicamente perturbado que descarga su ira contra la sociedad. E, igual que las películas más recientes de los hermanos Safdie, está impulsado por un frenesí cinético que trata de desorientar e incomodar al espectador. La diferencia respecto a esos referentes es que, como su protagonista, ‘Surge’ se mueve con una energía contagiosa aunque sin motivo ni finalidad.
Karia rehúsa ofrecer detalles concretos sobre las causas del resquebrajamiento psicológico. Prefiere recrearse contemplando al personaje mientras avanza a impulsos y sin control, alternativamente sonriendo como un tarado, gimiendo de dolor y bailando en aparente trance, y entretanto emitiendo tics, acelerones nerviosos e hipnóticas sacudidas. Para retratar ese proceso de autodestrucción recurre a una cámara trémula y borrosa y al frecuente ruido de fondo de tráfico rodado y sirenas, y así proporciona representación externa a un colapso interior.
El peso de ‘Surge’ reposa casi por completo sobre el magnético trabajo interpretativo de Ben Whishaw, cuyos manierismos físicos se convierten no solo en la forma de comunicación esencial de una película en la que los diálogos son escasos, sino también en lo que la permite funcionar con eficacia razonable y, a pesar de sus inconsistencias narrativas, como ejercicio de creación de intriga y tensión dramática.
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