Crítica de teatro

'Samsó', hacia una Biblia africana

El director Brett Bailey plantea en el Lliure un ritual teatral de tintes ancestrales para leer el mito en clave de presente

Una imagen del espectáculo 'Samsó'

Una imagen del espectáculo 'Samsó' / Nardus Engelbrecht

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Paradójicamente, en el Festival Grec dedicado a África no abundan las compañías teatrales africanas. La presencia de la Third World Bunfight dirigida por Brett Bailey es una excepción, y esto genera cierta expectación por comparación al resto de propuestas internacionales. Como precedente, la ópera ‘Macbeth’ que vimos en Girona en 2014, género culto transportado al horror de las guerras poscoloniales. El director sudafricano –blanco, por cierto— vuelve aquí a llevar un mito occidental hasta un paisaje de violencia contemporánea, un juego de espejos netamente político.

De Sansón recordamos la melena —secreto de su fuerza y punto débil— pero no tanto el contexto de la leyenda bíblica: el pueblo de Israel subyugado a los filisteos. Este marco se transforma en una metáfora de opresión que puede encajar en muchas partes de África, pero también en Siria, Cuba y un largo etcétera. Lo que sí es claramente autóctono en el montaje es su lenguaje, una mezcla entre la ceremonia mágica y el teatro musical muy tocado de géneros negros

Podría parecer que Bailey tomó nota de la lección de Peter Brook del inicio de festival, porque se percibe una búsqueda de la esencia del ritual escénico y una apuesta por las formas del teatro pobre. Como en los orígenes religiosos de la tragedia griega se resalta el componente ancestral. Al comienzo de la obra, la tribu unge al protagonista con los símbolos del héroe-libertador. Sansón es el coreógrafo Elvis Sibeko, que se pasa gran parte de la obra ejecutando sus espasmódicas danzas con las que parece entrar en trance. Percibimos la furia del personaje, también su frustración ante la injusticia de los opresores.

Una obra total

Desde una esquina, un predicador como de iglesia evangelista actúa como narrador, pone orden sobre lo que pasa en el escenario. La figura resulta necesaria porque en la dramaturgia del propio Bailey reina una confusión de altos vuelos poéticos. Cuesta seguir la trama entre tanto simbolismo, como si la leyenda se hubiera escrito en un alfabeto oculto a los no iniciados. Hay que dejarse llevar por el misterio hipnótico del cortejo actoral o se acaba desorientado como espectador.  

Persiste la voluntad de caminar hacia la obra de arte total, con coreografías grupales, momentos operísticos y una atmosférica banda sonora de Shane Cooper interpretada en directo. La música y las proyecciones en vídeo comparten estética 'new-age'. En la pantalla se coquetea con un anacronismo de pintura medieval, que imagina África/Palestina con aires de leyenda gótica. La combinación es cuanto menos original, fresca. El tipo de montaje que nos descoloca por su estética y narratividad tan alejadas de nuestras rutinas escénicas.