Crítica de música

Zucchero, como el viejo ‘bluesman’ en Porta Ferrada

El cantante italiano realzó su cancionero de ayer y hoy en un fértil diálogo acústico a tres bandas, con Kat Dyson y Doug Pettibone, en la noche inaugural del festival de Sant Feliu de Guíxols

Zucchero, en el Festival de Porta Ferrada

Zucchero, en el Festival de Porta Ferrada / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Los cantantes italianos que tradicionalmente se han abierto paso en nuestro país han abundado en la canción melódica, y es por eso que Zucchero no está asentado en el lugar del imaginario que le correspondería: voz apegada al rock, el blues y el soul, estilísticamente está más cerca de Joe Cocker o Robbie Robertson que de Gino Paoli o Eros Ramazzotti. Pensamos a menudo a partir del cliché, de la asociación automática, pero este cantante y compositor de Reggio Emilia está aquí para burlar esos mecanismos atendiendo a su instinto, y de ahí salen exhibiciones como la que nos sirvió este viernes en Sant Feliu de Guíxols.

Noche de reencuentro en el Guíxols Arena, inauguración oficial del Festival de la Porta Ferrada (que echó a andar el día 9 en escenarios más pequeños), combatiendo la obstinada pandemia con alegría en el ampliado ‘village’. El de Zucchero no era un concierto ligero, que pudiera servir de mar de fondo para un episodio de la vida mundana, sino algo más exigente y esencial: recital en honor a la pulsión primera de las canciones, a la expresividad en crudo, a partir de un fértil diálogo a tres. Nunca había salido de gira Zucchero con un formato acústico, pero, en fin, son muchas las cosas que no habíamos hecho antes y que ahora tratamos de encarar con la mejor disposición.

El gigantón que olfatea las rosas

La fibra desenchufada realzó al Zucchero cantautor de verbo encrespado, con el espíritu del ‘bluesman’ que pone la expresividad en un plano superior a la misma partitura. Pero canciones las hubo, hasta 23, con su amplio espectro de tonalidades, moviéndose desde el pulso severo de ‘Testa o croce’, que abrió la noche, a la suavidad de ‘Ci se arrende’, citas ambas al reciente ‘Inacustico D.O.C. & more’ (revisión ampliada y desvestida de ‘D.O.C.’, 2020). Las abordó con la actitud del gigantón que lee poesía y olfatea las rosas, garganta granulada y disposición a la dulzura en el fresco cotidiano de ‘Il suono della domenica’.

Zucchero confió en las guitarras para dar relieves al repertorio, y logró escapar de la sombra de la linealidad porque a las texturas de sus modelos de seis o doce cuerdas se sumaron los mil y un matices aportados por los solventes Kat Dyson y Doug Pettibone. La que fuera cómplice de Prince en New Power Generation se valió también del dobro y alzó la voz en el potente diálogo de ‘Facile’, mientras que Pettibone coló el sureño ‘pedal steel’ en ‘Don’t cry Angelina’ (y cantó ‘Never can tell’, de Chuck Berry). Con ellos escenificó Zucchero un viaje acaso en búsqueda de la última frontera americana, con maletas sobre el escenario y un cartel con la leyenda ‘Lunisiana soul’, nombre de su mansión sita en la frontera de la Liguria y la Toscana.

Si la primera parte del concierto primó la obra moderna, la segunda miró hacia atrás, y ahí Zucchero dedicó ‘Dindondio’ a su desaparecido amigo Pau Donés (“un grande artista”) y se creció entre los pliegues de ‘Bacco perbacco’, ‘Diamante’ y ‘Diavolo in me’. Sin pasar por alto sus temas más populares en España, ‘Baila (sexy thing)’ (o ‘Baila morena’ en su cita con Maná) y la ochentera ‘Senza una donna’, de cuando nos llegamos a pensar que Zucchero era otro baladista más que venía a engatusarnos desde más allá de los Alpes.