Béjart reactiva Peralada con un baile a la vida lleno de esperanza

Béjart Ballet Lausanne a Peralada

Béjart Ballet Lausanne a Peralada / ACN / MIQUEL GONZÁLEZ

Valèria Gaillard

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Enfermeros empujando camillas arriba y abajo, novias engalanadas con su velo sosteniendo como un trofeo una radio antigua, un ángel con alas de papel a punto de levantar el vuelo o unas esferas metálicas rodando como virus inmensos e hipnóticos… todo un imaginario explosivo entra en erupción en 'Ballet for live' (1997), una pieza con la cual Maurice Béjart rindió homenaje a dos gigantes que murieron del sida en la década de los 90: Jorge Donn, su pareja y bailarín fetiche, y el cantante Freddie Mercury, alma del grupo Queen. Con este espectáculo burbujeante de vida y salpicado de color el Béjart Ballet Lausanne inauguró este viernes el XXXV Festival Castell Peralada, que parecía retomar aire después de la larga pausa por culpa de la pandemia.

La pasada edición adoptó un triste formato digital con una programación mínima que se celebró en las murallas y la iglesia del Carme. Con el parque de nuevo iluminado y la tramuntana soplando también con ganas hasta esta localidad del Empordà, desde la cual se pudieron ver las llamas del incendio de Llançà al final del espectáculo, la inauguración adoptó un aire casi religioso y flotaba en el ambiente una cierta sensación de supervivencia y al mismo tiempo de alivio por poder retomar, con todas las medidas de seguridad necesarias, uno de los placeres más deliciosos del verano: disfrutar de las artes del espectáculo al aire libre.

Creatividad, ternura y humor

La vida y la muerte, la alegría y el dolor, la pérdida y la resignación, Mozartvy Queen, Maurice Béjart proyectó su mirada chispeante de creatividad, ternura y humor en esta obra de alcance transcendental también conocida como 'Le Presbytère', puesto que el coreógrafo se inspiró en el libro 'El misterio de la habitación amarilla', de Gaston Leroux. En este libro el detective Rouletabille toma por contraseña: "Le presbytère n'arien perdu de son charme, ni le jardin de son éclat” (el presbiterio no ha perdido su encanto ni el jardín su esplendor). Béjart extrajo esta frase por su sonoridad para inyectar en este ballet un torrente de energía que no se agota a pesar de los años: 'The Show must go on!', lanza desde la inmortalidad Freddie Mercury, una exhortación que hoy, era covid, nos interpela con toda su resonancia. Es una obra, pues, muy actual, a excepción del vídeo que se proyecta al ritmo deI 'I want to break free', con imágenes de Don de los años 70, y que deja anclada esta pieza a otros tiempos: en el siglo pasado.

La dirección artística del Festival ha hecho una apuesta segura al abrir las puertas de esta edición de "caracol que sale tras la lluvia" con el Béjart Ballet Lausanne, una compañía fiel a Peralada y siempre exultante gracias a la dirección de Gil Roman, a pesar de las turbulencias que ha causado recientemente el despido del director de la escuela en Lausana. Merecedores el 2015 de la medalla del Festival, la compañía mantiene intacto el espíritu del “brujo de la danza”, Maurice Béjart, que conservan sobre todo veteranos como Julien Favreau, una bestia sobre el escenario, todo un Freddie de pecho descubierto y desparpajo al aire, o bien la catalana Elisabet Ros, sutil musa de Béjart en el ciclo Brel et Barbara, que parece inmune al paso de los años. Gabriel Arenas Ruiz fue un maestro de ceremonias discreto, sin la garra que lució Oscar Chacon el 2010, cuando ofrecieron el mismo programa.

Piel de gallina

El cuerpo de baile, con nuevas incorporaciones que garantizan el relieve y la conservación del legado Béjart, es excelente: todos tienen una fuerza interior y una personalidad muy marcada, característica imprescindible para formar parte de la tropa. Uno de los bailarines que consiguió poner la piel de gallina, dar una autentica lección de baile, fue Vito Pansini en el trio del lírico 'Winter’s Tale'.

A modo de despedida, y como ya es tradicional, Gil Roman salió al escenario, digno y poderoso. Con solemnidad ceremonial fue recibiendo y saludando uno tras otro todos los bailarines. Atizado por tanto oxígeno creativo, el público, inflamado, se puso en pie y no podía parar de aplaudir.