Crítica de teatro
'Transverse Orientation': el museo viviente
Dimitris Papaioannou vuelve al Grec para elevar la apuesta de su particular universo poético entre teatro físico y visual
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Un tubo fluorescente parpadea en un rincón del escenario, nos interpela como una imagen inquietante de presente, objeto industrial escacharrado. De repente aparecen unas criaturas trajeadas. Sus cabezas son minúsculas y sus movimientos erráticos. Parecería que nos dirigimos hacia una pesadilla surrealista pintada por un futurista. Pero no, pronto los humanos de cuerpos perfectos irrumpen y desplazan a los extraños, y poco a poco lo apolíneo sustituye a lo grotesco. Se hace presente la oposición entre una modernidad kafkiana y un reguero de escenas oníricas de simbolismo mediterráneo, luz que nos atrapa como a polillas.
Resulta complicado transformar en palabras el teatro sin texto del director Dimitris Papaioannou. Cuadros vivientes que deshacen la tendencia realista del escenario, fantasías que acaban chapoteando en lo tangible. Los impactantes claroscuros de ‘The Great Tamer’ (Grec 2017) ya nos dieron algunas pistas sobre la genuina capacidad de este creador griego formado en artes plásticas. Su nuevo ‘Transverse Orientation’ pasó esta semana por el Mercat de les Flors con dos funciones menos a causa de un positivo por covid. El humanismo helénico cruza como un rayo la propuesta, criaturas salidas de una galería renacentista que se mueven e interactúan entre ellas desde el primitivismo que sustenta los grandes mitos.
Mitos y naturaleza
Lo femenino y lo masculino se entrelazan y se complementan. Cuerpos que se muestran desnudos como los dioses de un friso griego. En algún momento, incluso, algunos de los siete intérpretes masculinos y la actriz principal llegarán a fundirse en un único y extraño ser, como aquellos que imaginaba Platón antes de la división de la media naranja. El misterio de la naturaleza también se manifiesta a través de un toro negro. Del interior de la marioneta saldrá vida, como en la leyenda de Pasífae, y veremos moverse su sinuosa lengua sedienta. La presencia y el sonido del agua, del mar, se van abriendo camino en busca de la pureza. Sobre fragmentos del Vivaldi más solemne, las imágenes y movimientos se van sucediendo con la elegancia requerida, pero sin alcanzar el perfeccionismo del ilusionista que esconde la trampa.
También el ritmo se resiente en algún momento, y en las casi dos horas de espectáculo algunos de los cuadros se hacen reiterativos e inconexos para quien no esté dispuesto a dejarse llevar. Sin embargo, el trabajo sobre algunos arquetipos del arte trasciende el espectáculo para conectar con algo muy intrínseco. Como esa Venus nacida en su concha que al mismo tiempo es la Virgen: la veremos transformar un puñado de barro viscoso en niño. Inolvidable.
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