CRÍTICA DE MÚSICA

Wynton Marsalis, un bis por todo lo alto

El trompetista y su 'big band' pusieron una magnífica guinda a la edición más convulsa del Festival de Jazz de Barcelona

marsalis

marsalis / Álvaro Monge

Roger Roca

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Las dos últimas ediciones del Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona han acabado igual, con el Palau de la Música aplaudiendo a rabiar a Wynton Marsalis y la Jazz At Lincoln Center Orchestra. En otro momento la cosa hubiera levantado críticas y suspicacias. ¿Qué es eso de repetir cabezas de cartel? ¿Es que no hay más músicos? Pero en plena pandemia, traer a Barcelona una banda del renombre y la envergadura de la JALC desde los Estados Unidos es poco menos que un milagro. Un regalo.

El lunes, antes del concierto, la organización entregó a Marsalis la medalla del festival, que semanas antes se había otorgado a Brad Mehldau. Es la primera vez que el festival se saltaba su propia norma y entregaba un segundo galardón. Y no es para menos. En octubre, cuando se anunció la programación de la 52 edición del certamen, Marsalis no estaba ni en el cartel. Pero tras meses de pandemia, que para un festival son sinónimo de cambios, conciertos pospuestos, cancelaciones y anuncios de última hora, Marsalis y su imponente big band han acabado siendo la guinda de la edición más convulsa de la historia del festival de jazz de Barcelona.

Cosecha propia

No es por dar ideas, pero la orquesta de Marsalis podría perfectamente cerrar cada año el festival sin repetir ni una sola partitura. No hay big band sobre la faz de la tierra que maneje con tanta autoridad un repertorio tan amplio como el suyo. En esta vuelta inesperada al Palau presentaron composiciones escritas por varios miembros de la banda, porque para estar en la orquesta de Marsalis, además de solista de primera y perfecto jugador de equipo, hay que ser arreglista y compositor. En el Palau, las piezas de cosecha propia gustaron más cuanto más calientes: el infeccioso tumbao firmado por el contrabajista Carlos Henriquez prendió la mecha en una platea que hasta entonces parecía más atenta que cautivada, y el bugalú del trompetista Marcus Printup, estratégicamente colocado al final del concierto, fue un fin de fiesta ganador.

De entre los clásicos, 'Aisha', la memorable balada de McCoy Tyner que John Coltrane hizo inmortal, se llevó los aplausos más sentidos. Y Marsalis, que había estado muy poco hablador durante el concierto, se desdobló en divulgador para presentar la obra más icónica del saxofonista Sonny Rollins, 'Freedom Suite', “la suite de la libertad”. Una partitura, explicó Marsalis, que Rollins escribió en 1958 después de que no le quisieran alquilar un apartamento en Nueva York por ser negro. “La libertad está en la mente de todo el mundo, y a nosotros, con nuestra música, nos gusta recordárosla”, dijo el trompetista. Y hablando de libertad, Marsalis, siempre dispuesto a hacer proselitismo, aprovechó para hacer la enésima defensa de su manera de entender el jazz: libertad para hacer lo que a uno le dé la gana, sí, pero también responsabilidad para que el resto puedan hacer lo suyo. O sea, “improvisación y swing”. Con los argumentos de la JALC, imposible llevarle la contraria.