EL LIBRO DE LA SEMANA

'La desaparición': en la Rusia de Putin más remota

Aunque algo falta de 'rusicidad', la primera novela de la estadounidense Julia Phillips, un 'noir' ambientado en Kamchatka, despliega pulso y buen instinto narrativo

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Olga Merino

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Kamchatka es una península en el extremo oriental de Rusia, un apéndice entre el mar de Ojotsk y el océano Pacífico, una región separada del mundo por su geografía, con carreteras inexistentes o impracticables de enero a marzo, un enclave cuyo acceso estuvo prohibido durante la época soviética, incluso para los autóctonos, por albergar una base de submarinos nucleares. En este decorado exótico, en un paisaje tan bello como inhóspito, entre volcanes, mares de ceniza y rebaños de renos, sitúa su primera obra la norteamericana Julia Phillips (Nueva Jersey, 1989), un 'thriller' con carga social en los dominios de Putin.

'La desaparición' arranca con la imprudencia de dos niñas, Aliona y Sofia Golosóvskaia, de 11 y 8 años, que tras salir de paseo —la madre se encuentra trabajando— se suben al coche de un extraño con la promesa de llevarlas de regreso a su casa en Petropávlovsk, la única ciudad de la península. La volatilización de las hermanas multiplica los pasquines, los equipos de búsqueda, los rumores, las conjeturas… ¿Las habrá arrojado a un géiser? ¿Ha sobornado el secuestrador a alguien para meter el vehículo en un carguero? ¿O las ha matriculado en la escuela de una aldea perdida como hijas suyas? Nada, como si las hubiera engullido la tundra.

Voces de mujeres

La acción abarca un año, a lo largo de 13 capítulos en los que otras tantas mujeres, más o menos vinculadas a las hermanas Golosovski, toman el testigo y la voz, mujeres atrapadas en una ratonera física y mental, todas ellas con una grave carencia anclada en las entrañas: hembras que anhelaron ser madres, madres con hijas que huyen, esposas con maridos ausentes en alta mar, adolescentes con madres frías, jóvenes ambiciosas que sueñan con emigrar a otro lugar.

Como en el mejor 'noir', el detonante narrativo —aquí, la desaparición de las niñas— sirve como pretexto para colocar la lupa sobre las fisuras de la sociedad en un lugar remoto, a 7.000 kilómetros de Moscú, el centro de poder donde se toman las decisiones. Se encadenan en las páginas el frío, la oscuridad y la desesperanza; el alcoholismo; el cambio climático («ahora ya nunca nieva así»); las diferencias de clase entre la población rusa y blanca y las etnias nativas siberianas (even, koriakos, itelmenos, chucotos); la homofobia; las diferentes formas de violencia; el peso del yugo patriarcal; el miedo al extranjero, a los trabajadores procedentes de Asia Central; la sensación de orfandad tras el derrumbe de la URSS: «Por aquel entonces no había vagabundos, ni pescadores furtivos de salmones, ni aviones cruzando el cielo salvo cazas soviéticos […] Pero cuando el país cambió, Kamchatka se hundió con él». Y este último aspecto sabe a poco; le falta 'rusicidad' a la novela, ese 'pathos' específico. La autora, por ejemplo, obvia que la península fue parte del gulag, el archipiélago de campos de trabajos forzados durante el estalinismo.

Con todo, Phillips tiene pulso y un gran instinto narrativo. Una novela adictiva, una lectura refrescante para el verano.