Cita anual
Canet Rock desata la euforia entre 22.000 personas sin distancia social
El festival reunió a la audiencia más multitudinaria en tiempo pandémico valiéndose del protocolo del test de antígenos
Jordi Bianciotto
Periodista
Si el Vida Festival fue estos días el claro en el bosque donde refugiarse del bullicio mundano, Canet Rock fue otra cosa: la válvula de escape, la fiesta de fin de curso, el aquelarre teenager. Con la mascarilla en su sitio, pero bailando y botando como si no hubiera un mañana. Fins que surti el sol, rezaba el eslogan de esta muestra resucitada en 2014 en el histórico Pla d ’en Sala, que este sábado vivió una 7ª edición (de su era moderna) a golpe de pachanga zillennial (y más tierna si cabe), pop hiper-participativo y deslenguados ritmos urbanos gracias al salvador dispositivo de los tests de antígenos, que dio cobertura a la mayor convocatoria en tiempo pandémico, 22.000 personas.
El protocolo, como en la primera jornada del Vida, dio problemas, y eso que Canet Rock decidió el viernes desactivar las apps y pasar a pedir a los asistentes simplemente el correo de confirmación, y que había diversificado los puntos de cribaje (15 por toda Catalunya) y activado el dispositivo a una hora temprana, las nueve de la mañana. Pero entrada la tarde, uno de los enclaves, el Pavelló Municipal de Canet, acumuló tanto público pendiente del test que las colas alcanzaron las tres horas. Responsables del inminente Cruïlla, tomen nota, tengan la bondad.
Un país tropical
Por supuesto, el mal trago se superaba tan pronto se pisaba el festival, con su único escenario funcionando a todo trapo, sin pausas entre las actuaciones (amenizadas por djs a base de Rhythmofthenight y otros hitos), en un ambiente de efervescencia. Canet Rock es un estado mental, plan de choque contra la melancolía, el país en que está prohibido fruncir el ceño. “Això és molt tropical, no?”, celebró Suu a la vista de ese panorama de colonia estudiantil bañada por el sol de media tarde, tras alentar las palmas con el tema Si no saltas, acompañada del ukelele, mientras se alzaba una torre humana coronada por la estelada.
Muchas ganas de música y de ritos colectivos por parte de esa muchachada que parecía salir disparada de un envase a presión, con ansias acumuladas, compatibles con atender los mensajes de megafonía que animaban a ser "exemple de convivència, responsabilitat i alegría". La zona de barras estaba prudentemente distanciada de la llanura donde se concentraba el público de los conciertos, y este cronista vio, a pie de escenario, a empleados invitando a subirse la mascarilla a asistentes presos de la euforia.
El ‘show’ de Mainat
Había ánimos hasta para deleitarse con ocurrencias como el pequeño concierto del señor Josep Maria Mainat, canetenc de pro, que apareció arropado por una señora banda y dispuesto a rendir honores, él sí, al nombre del festival: “Farem rock!”. Ración exprés de All i oli, con riffs cabezones de los de antes; Ho farem tota la nit (“fins que surtif um del llit ) y otro loco clásico trinco, Passi-ho bé,vestigio del álbum Festa major.
Stay Homas representó la transición entre las formas pop y la verbena prometida, enfilando la madrugada, por Doctor Prats u Oques Grasses. El grupo oficioso del confinamiento de 2020 puede tener vida tras el covid, si bien se aleja del aura de inocencia de sus días de terraza y cubo de fregar (instrumento que sacó cual amuleto de la suerte). Su cántico Stay homas, a ritmo de reggae, fue el reflejo de aquello que Canet Rock quiso dejar atrás, en una jornada de música y algarabía compartida, suspirando por tiempos mejores.
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