Muestra musical pionera

El Vida abre con graves problemas los festivales con test de antígenos

La cita de Vilanova reúne a 10.000 personas sin distancias pero un fallo informático generó colas de hasta tres horas

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A1-116579241.jpg / Ferran Sendra

Jordi Bianciotto

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Las ganas de música pudieron con todo, este jueves en la Masia d’en Cabanyes, en Vilanova i La Geltrú, en un Vida Festival que abrió camino con cifras de asistencia inéditas en tiempo pandémico, 10.000 personas diarias de este jueves hasta el sábado, sin distancias, bailando y moviéndose libremente como en los viejos tiempos, gracias al protocolo del test de antígenos. Fue este dispositivo, al que en los próximos días se acogerán otros dos festivales para congregar multitudes (Canet Rock y Cruïlla), el que torció el arranque de la jornada, ya que un fallo del sistema de validación de los códigos QR de las ‘apps’ precipitó retrasos en los accesos, con colas que a última hora de la noche alcanzaron las tres horas.

A primera hora de la tarde, el despliegue de sanitarios (166), congregados en una nave industrial de Vilanova, a 8 minutos a pie del festival, se vio de repente con los brazos cruzados porque sus tabletas no podían leer las aplicaciones de los asistentes. En poco rato las colas comenzaron a multiplicarse, de modo que las primeras actuaciones, como la de Paula Valls y Super Gegant, contaron con apenas un centenar de personas. Lo peor llegó horas después, cuando los sanitarios terminaron su jornada laboral (a partir de las 22.00 horas) y el cribaje quedó en manos de voluntarios, que no pudieron absorber a los centenares de asistentes que todavía esperaban su turno, parte de los cuales tuvieron que volver a casa sin poder acceder al festival. El director del Vida, Dani Poveda, señaló este viernes a TV3 que la muestra compensará al público afectado, ya que el equipo se sentía "muy responsable de todo lo que pasó ayer". La organización atribuye la avería a un defecto de la aplicación y aseguró el correcto funcionamiento en las jornadas del viernes y sábado. El protocolo del test de antígenos registró en su primera jornada un total de cinco positivos entre los 8.200 asistentes y otros dos entre los 1.200 profesionales (trabajadores del festival, músicos y prensa).

En tierra bucólica

El colapso del sistema no impidió que, dentro del recinto, el festival funcionara con normalidad a partir de última hora del atardecer. Ahí aguardaba la recompensa a las colas y los agobios: la extensa, desestresante y bucólica parcela la Masia d'en Cabanyes, rica en zonas arboladas, pintorescos recovecos y caminitos que llevan a no se sabe dónde. Superado el trance de las colas y las esperas, uno se encontraba con el frondoso país de Oz, ese Vida Festival de amplitud oportuna en tiempos pandémicos. Muestra sin asientos numerados, albricias, pero con el uso de mascarilla como norma, si bien, en espacios esponjados y vaso en mano, se observó cierta tendencia al relajamiento.

Acaso tratando de no violentar a la madre naturaleza, las músicas comenzaron a sonar de modo sigiloso, empezando por el canto nublado de Paula Valls. La cantante y compositora de Manlleu compareció bien arropada por la ciencia guitarrística del docto David Soler, con su catálogo infinito de distorsiones y texturas encrespadas. Interiorismo con vistas al crepúsculo y palabras de agradecimiento a la organización por montar un festival en tan delicadas circunstancias. “Els tenen molt ben posats”, sintetizó antes de adentrarse, sentada al teclado, en las tinieblas de una de sus canciones fetiche, ‘Monsters’.

Guitarras y trombones

La tarde era propensa a las propuestas aromáticas y ahí estuvo la entente formada por Rita Payés, talento salido de la Sant Andreu Jazz Band, y el que fuera timonel de Ljubliana & The Seawolf, Pol Batlle. Propuesta de tímbrica singular, con la guitarra eléctrica y el trombón al servicio de un cancionero con mística amable y con brotes de temperamento. Elevando el tono, Super Gegant y su pop con sinfónicas capas de guitarra ‘noisy’ y muy sutiles dejes de blues, defendiendo ese disco, ‘Una casa als aiguamolls’, publicado justo antes de que el mundo se parara.

Más pop, este multicolor, a cargo de Renaldo & Clara, que combinó los vestigios de intimismo de discos anteriores con el giro extrovertido de ‘L’amor fa calor’. Clara Viñals, haciendo suyos textos pizpiretos, decorados por dos coristas femeninas y por los (duplicados) trazos de sintetizador en golosinas como ‘La finestra’. Acogiéndose al sentimiento dominante, tachó de “molt emocionant” volver a actuar en un festival como los de siempre (“i que tots estigueu aquí drets”).

Y antes de que Hinds pasearan la maduración de su pop entre ‘power’, garajero y cándido, y de que Vetusta Morla señoreara a medianoche con sus intensísimos hitos pop, The New Raemon trajo la textura de rock granulada. ‘Cíclope’, su ‘canción de cuna entre tempestades’, abrió paso a piezas como ‘El yeti’, mientras Paula Bonet desplazaba al lienzo las impresiones plásticas que le producía cada música. Concierto-‘performance’ con arte efímero: la ilustradora valenciana procedió a destruir cada una de sus creaciones una vez terminada la canción.

Quizá el Vida sea uno de los pocos festivales donde Ramón Rodríguez puede verse tocando, conocida su escasa simpatía por la épica de los grandes eventos. Un indicador más de esta muestra distinta, plaza delicada entre gigantes, que este jueves ha asumido los riesgos propios de los pioneros.