Crítica de 'Mandíbulas': jocosa celebración del absurdo

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Pese a que sigue siendo uno de los ‘enfant terribles’ del actual cine francés, Quentin Dupieux, el director de auténticas majaradas como ‘Wrong cops’, ha ido asumiendo un estilo de comedia más absurda que dislocada, producida y planificada con mayor elegancia sin dejar de ser muy marciana. Lo demostró en la anterior ‘La chaqueta de piel de ciervo’, centrada en la obsesión de un hombre por una chaqueta de ante e interpretada por Jean Dujardin y Adèle Haenel. Otra Adèle francesa, Exarchopoulos, la protagonista de ‘La vida de Adèle’, tiene un papel secundario -pero muy representativo del humor de Dupieux– en esta jocosa celebración del absurdo que es ‘Mandíbulas’.

Dupieux ya es un cineasta que puede competir en un festival generalista como el de Venecia y en uno especializado en el género como Sitges. En estos dos certámenes estuvo ‘Mandíbulas’, cuya trama principal gira en torno a dos descerebrados que encuentran en el maletero de un coche robado una mosca gigante. Como no tienen ni un euro, deciden amaestrarla para hacerse ricos con ella. Todo está contado con enorme fluidez narrativa -el filme dura 77 minutos exactos, como el anterior del director- y hasta con realismo dentro de lo inverosímil de la propuesta: el hecho de encontrar una mosca del tamaño de un bulldog es presentado en el filme como la cosa más normal del mundo. Luego llega la estancia en la casa de unos jóvenes burgueses, con Exarchopoulos luciendo cualidades vocales inesperadas en un contexto de comedia surreal.