El libro de la semana

Crítica de 'La mejor voluntad': la tierra, esa trampa mortal

El sentimiento trágico de la vida atraviesa la extraordinaria novela breve de Jane Smiley

Jane Smiley

Jane Smiley

Sergi Sánchez

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Es uno de los más venerados sueños americanos: la Naturaleza como paraíso perdido, reproducir el 'Walden' de Thoreau para darle la espalda al capitalismo. Pero ¿se puede vivir con 343,67 dólares al año? ¿En la década de los 80, y sin electricidad, sin coche, sin agua corriente, bajo el régimen de una estricta economía de subsistencia, construyendo la utopía de una familia feliz bajo el cielo estrellado? Es esta extraordinaria novela breve de Jane Smiley -que sigue a la no menos espléndida 'Un amor cualquiera', recuperada por Sexto Piso el año pasado- una versión inconfesa y concentrada de 'La costa de los mosquitos', aunque aquí no hay tanto sentido de la aventura como previsión de desastre. Esa práctica del trueque, esa granja como de otro tiempo, es una casa hecha de palillos, y el lobo será un niño que soplará y soplará hasta quemarlo todo. 

La novela, narrada por Bob, el paterfamilias, apenas tiene tres, cuatro momentos significativos dramáticamente, que marcan su tempo estructural de un modo implacable, y esa sensación, tan frecuente en la literatura norteamericana, de que va a ocurrir algo irreparable.

Sentimiento trágico de la vida

Todo empieza cuando Tom, el hijo de sonrisa tensa y habla nerviosa, le rompe las muñecas a una compañera de clase, de raza negra y pudiente. ¿Racista el hijo educado en la modestia de la agricultura ecológica, del respeto por los ciclos estacionales y las herramientas hechas a mano? Es un síntoma de que esa utopía se tambalea, que únicamente está construida para satisfacer el ego de un hombre nublado mientras su mujer busca la idea de Dios y su hijo se venga de aquellos privilegiados a los que le gustaría parecerse. Esa utopía, pues, da paso al sentimiento trágico de la vida que atravesaba una novela como 'Heredarás la tierra': la envidia, los celos, la inseguridad, la resistencia al fracaso descifrada como vano orgullo, la decepción de la paternidad y la filiación.

Brutal último capítulo

Al principio el lector puede dudar de la voz narrativa del protagonista. Smiley describe su subjetividad con tal finura que cuesta reconocer a un hombre de campo, en teoría poco dado a la reflexión, adicto al trabajo manual. Pero a medida que le conocemos, y vislumbramos sus dudas sobre el camino vital que ha tomado, entendemos que Smiley nos está preparando para el último, brutal último capítulo. "Debe ser que tengo un poderoso sentido estético", dice Bob, "porque detecto las yuxtaposiciones correctas e incorrectas de formas, gustos, colores, texturas, continuamente, como una especie de mecanismo de relojería que se apaga". El caso es que, al final del trayecto, Bob ha aprendido cuál es su lugar en el mundo, que no es precisamente el que se había construido al margen de la civilización. Y Smiley contempla el fracaso de su sueño como una suerte de iluminación, aunque a lo largo del proceso su ceguera haya dejado unas cuantas víctimas a su paso, la compra de un televisor, una terapia de pareja, y el contraste entre dos casas que eran símbolo de dos estilos de vida que, en cierto modo, se admiraban mutuamente.