Libro
Maricones contra el papa Wojtyla y otras aventuras de Nazario en la Barcelona de los 80
El artista recupera en 'El bar Kike y Paca la Tomate' la memoria de la Ciutat Vella homosexual preolímpica
Ramón Vendrell
Periodista
Nazario Luque es una de las contadas personas que en los últimos 2021 años han tenido sexo con un papa. No es que menospreciemos a sátiros como Alejandro VI, es que al fin y al cabo ha habido 264 papas y por alegres que hayan sido son 264 y ni uno más, lo cual da para lo que da: contadas personas han tenido sexo con un papa en 2021 años.
Nazario cuenta en 'Sevilla y la Casita de las Pirañas' (Anagrama) que folló en los váteres públicos de la plaza del Duque, Sevilla, con Clemente Domínguez, más adelante el papa Clemente del Palmar de Troya. Un papa hereje, sí, pero un papa.
De modo que tras haber conocido de primera mano estas conductas papales libertinas no es extraño que le fastidiara un pontífice homófobo como Juan Pablo II, Wojtyla. Quizá por hipócrita. El caso es que en 1986 una comitiva se plantó ante la catedral de Barcelona para protestar contra Wojtyla. 'Ens estimen com volem', decía la pancarta desplegada. Pero además circularon estampitas de san Pollardonio de la Sagrada Metida. "Líbramos a todas de la sífilis y el sida", decía la leyenda, para quien tuviera ojos para algo más que la imponente verga de san Pollardonio.
Eran las estampitas obra de Nazario, claro está. Y una parte importante de la procesión había salido del bar Kike, en la calle de Rauric, en el Gòtic. Era el Kike antes de ser el Kike un bar de repostaje de putas, chulos y camellos. Se convirtió al ser el Kike desde 1983 en un bar de fiesta eterna desde que abría por la tarde, no solo para maricones. Las putas, los chulos y sobre todo los camellos seguían pasando por ahí, así como punks y modernos, pero sobre todo era el cuartel general de Nazario y sus desfasados amigos y amigas.
Locos no, loquísimos
'El bar Kike y Paca la Tomate', nuevo libro de Nazario, nos recuerda que si los años 70 en Barcelona fueron locos, los años 80 fueron loquísimos, pasados de vueltas, sin freno. El Kike era un ejemplo: ya no más bares clandestinos para maricones; un bar abierto a la calle donde podía suceder cualquier cosa. A costa quizá de trauma de algún niño que fuera con sus padres a El Ingenio, la tienda de fantasías en papel maché que estaba casi enfrente.
La Paca la Tomate del título es la tragedia del relato. Un transformista (ni travesti ni disfrazado, puntualiza Nazario) que se vino arriba en el Kike tras sus pinitos en el Dickens y que acabó muriendo en el arroyo, tras volver a ser Paco trabajando en bares de mala muerte ya como camarero otra vez. Como reconoce Nazario, su club de fans la convirtió en una estrella y después la dejó caer sin demasiada compasión.
A lomos del tebeo 'El Víbora', Nazario alcanzó tal popularidad con su personaje Anarcoma que en una redada en el Kike el guardia urbano que lo llevó al lavabo para cachearlo e interrogarlo le confesó su admiración y su vergüenza por la tarea.
Por el Kike pasaron Keith Haring y Marc Almond. El primero hizo grafitis hasta en la cisterna del váter, por no hablar de la barra, ojalá los hubieran conservado. El segundo le pidió a Nazario una portada para un disco que no prosperó por sobrada. Si Almond frecuentaba Barcelona en los 80 quiere decir que Barcelona en los 80 era una caña. Se alojaba siempre en el hotel Colón, unos skins le robaron las Dr. Martens que llevaba y era el tío más tatuado de una ciudad donde solo existía un estudio de tatuajes, Barna Tatoos, en la calle de Obradors, espontáneos talegueros y profesionales guiris en reboticas de bares al margen.
Es 'El bar Kike y Paca la Tomate' la recreación de Nazario de su arcadia en Ciutat Vella en los 80, cutre, disparatada, grotesca e hipersexual. Más arriba también pasaban cosas. En el club Martins de los Jardinets de Gràcia un neón alertaba antes de entrar en el cuarto oscuro: 'Vigila tu cartera'. Marc Almond también lo frecuentaba.
El Ayuntamiento de Barcelona cerró el bar Kike en 1987. "Una ostentosa capa olímpica, como una vistosa alfombra de oropeles, terminaría cubriendo una parte de la ciudad y su memoria, que quedaría para siempre sepultada, como basura, bajo ella", escribe Nazario.
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