El libro de la semana

Crítica de 'Misa de amor': erotismo furioso y panteísta

Esta reunión de los brutales relatos de la excéntrica poeta uruguaya Marosa di Giorgio es difícil de olvidar

La poeta uruguaya, Marosa di Giorgio.

La poeta uruguaya, Marosa di Giorgio.

Ricardo Baixeras

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La exquisita editorial Wunderkammer publica 'Misa de amor', el libro de una escritora solitaria, excéntrica y mítica. ¿Quién es esta inclasificable uruguaya, rara entre las raras, provocadora y delirante? Marosa di Giorgio (Salto, 1932 - Montevideo, 2004) era una escritora con halo de misteriosa en cuyo epitafio se puede leer un extrañísimo “reina mariposa”. Se decía que tomaba el sol desnuda en las lápidas de los cementerios. Y que en sus recitales de poesía se insuflaba aires de enardecida sacerdotisa. Agrupó en 'Los papeles salvajes '(Adriana Hidalgo, 2000) sus poemarios y conformó una de las más asombrosas escrituras mixtas en las que podemos leer una lírica metamorfoseada en animales y plantas. Han tildado su producción de “panteísta” porque entre sus versos se colaba una voluntad mística en la que Dios formaba parte de un todo indisociable de la vida, la muerte y el sexo.

Este 'Misa de amor' agrupa todos sus relatos eróticos, literalmente brutales, configurados desde un espacio textual que se abre e invierte hacia unas relaciones sexuales que exhiben sin pudor un desajuste entre “la realidad y el deseo”, como quería Cernuda. De ahí que la poética de este libro sea la de la carnavalización de un mundo en el que todo es posible, en el que todo se lee, transforma y proyecta hacia ese espacio erotizado por un deseo omnívoro: lo humano se torna vegetal y lo vegetal, animal: “Una noche cayó un vampiro ancho y pesado del techo y se aplicó al muslo de ella, estando en mitad de un coito deslumbrante y terrorífico.” Ni moral ni ley: solo la fragilidad imbatible de un precepto que no se domestica en un orden cultural habitual, sino que promulga un imaginario tan divino como profano.

Lo espiritual y lo carnal

Un libro no exento de una violencia que aquí se sabe convocada desde un erotismo furioso dicho en una suerte de acumulación de miríadas metamorfoseadas en brevísimos relatos que aluden siempre a una misma experiencia: un éxtasis total que impide separar lo espiritual de lo carnal, el amor místico o casto del profano o puramente sexual. La maquinaria erótica de este libro amplía el campo del cuerpo y sus correspondencias. Por eso el personaje central es aquel que “murmuraba palabras obscenas y religiosas, entreveradas, porque se daba cuenta que estaba actuando en dos planos, iguales y lejanos.”

Exenta de culpa, privación o carencia Di Giorgio entiende la escritura solo desde un deseo dual que atrae unos cuerpos manifiestamente excedidos de sí copulando y fagocitándose hasta el fin de sí mismos y hasta el fin de los tiempos. En ese espacio se revuelve el cuerpo, “mi pequeño vulvo, rojo de sangre y de amor por él, por el Hibisco, que le rompía todos los broches. En el alba tapé mis senos, tapé mi sexo que había gorjeado toda la noche, y del que caía perfume fuerte, alguna hueva, sangre aún, y algunos pétalos". En ese espacio los senos de una mujer pueden piar como pequeños polluelos.

Una escritura inusual de una escritora que cartografía el deseo como aquello que resulta imposible de decir, tanto como imposible de callar.