EL AUGE DEL FOLLETÍN

Holmes, Rocambole y Fantomas: los compañeros de Lupin

Diversos héroes de la literatura popular han precedido y recogido el blanco guante del caballero ladrón

En Francia, el éxito de la serie televisiva ha propiciado una exitosa reedición de las venturas de 'Arsène Lupin' que ahora también se recuperan en España

CULTURA CARTELL DE ARSENE LUPIN

CULTURA CARTELL DE ARSENE LUPIN

Elena Hevia

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Ya estaban tardando las series televisivas del siglo XXI en hacer suyo un invento al que le deben mucho. El folletín. A finales del XIX los leían por igual las clases altas –como placer culpable- y las bajas –sin vergüenza alguna-. Historias escritas con mejor o peor estilo por autores de pacotilla que conocían bien al público. Muchos de los mecanismos de aquella receta: la fidelización, los golpes de efecto y el calculado uso del suspense, siguen siendo hoy regla de oro en cualquier historia episódica que se precie. Además, y esto es quizá lo más interesante, con materiales poco sofisticados supieron crear personajes capaces de atravesar los siglos sin despeinarse. Sherlock Holmes, incombustible y proteíco, es quizá el ejemplo más evidente de las múltiples variaciones que todavía hoy se pueden exprimir del detective de Baker Street: ya sea disfrazado de doctor Gregory House, como héroe de acción en manos de Guy Ritchie o bajo la interesante encarnación de Benedict Cumberbatch. En Francia, el año pasado se acordaron del viejo Arsène Lupin que puesto al día con el rostro de Omar Sy protagoniza el último fenómeno televisivo.

En 1905, Maurice Leblanc, padre del ladrón de guante blanco, se inspiró en el modelo Holmes para crear a su criatura, con señas bien distintas de las del detective de Baker Street: una mayor actividad sexual –no hay que olvidar que el caballero ladrón operaba en la alegre Belle Epoque- y una intención política escorada hacia las clases populares. Lupin, que robaba a los ricos haciéndose pasar por uno de ellos. Se movió en sus inicios por un afán anarquista siguiendo  también la senda abierta por el popularísimo Rocambole, del hoy olvidado Ponson du Terrail (autoría apuntalada en una legión de escritores anónimos y en la sombra) que empezó como villano para acabar como delincuente positivo y acuñar el adjetivo rocambolesco que todavía hoy sigue designando giros de guion estrafalarios.

Lupinofilia en Étretat

Lupin, el personaje literario, cosechó a principios del siglo XX una enorme fama en Francia que no tuvo nada que envidiar a la de su antagonista inglés. Hoy la lupinomanía que existía como pequeño fenómeno de culto ha sido revitalizada por la serie. En el capítulo final de la primera temporada rodado en los acantilados de Étretat en Normandía, sede de la casa museo de Leblanc, Clos Lupin, puede verse como a modo de gincana  todavía hoy los 'gentlemen lupinófilos' siguen intentando resolver el ‘misterio de la aguja hueca’, la aguja de piedra pintada por Claude Monet que, cuenta la leyenda, esconde el fabuloso tesoro de los reyes de Francia. Pero también hay que recordar que el 2012 los libros de Leblanc pasaron al dominio público. En Francia la fiebre por aquellas novelas ha regresado y en España la editorial Roca ha reeditado seis de sus aventuras  ‘Arsène Lupin, caballero ladrón’, ‘Arsène Lupin contra Herlock Sholmes’, ‘El tapón de cristal’, ‘La aguja hueca’, ‘La doble vida de Arsene Lupin’ y ‘Los tres crímenes de Arsene Lupin’. En octubre prometen ‘El último amor de Arsene Lupin’, última novela de Leblanc.

La figura del  ladrón justiciero también iluminó a su vez a otros personajes memorables que reinaron en el folletín. Como Fantomas, creado por Pierre Souvestre y Marcel Allain, y que a diferencia de Lupin, incapaz de matar, es un archicriminal sin compasión, un antecedente directo de los cerebros del mal de James Bond. Venerado por los surrealistas fascinados por su icónica imagen enmascarada, Fantomas propició las inquietantes películas mudas de Louis Feuillade, se coló en los cuadros de René Magritte e incluso en un libro de Julio Cortázar. Visto el éxito de Lupin, quizá no sería mala idea que las series televisivas regresaran a los orígenes e intentarán extraer más petróleo de los viejos folletines. 

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