Los fabulosos creyentes del jazz de Terrassa

El Club de Jazz, con más de seis décadas de historia, tira adelante la 40ª edición del festival de la ciudad

Con una pasión que va mas allá de lo razonable, la entidad ha hecho de la cocapital vallesana una estación clave del circuito mundial

21.06.05 - Terrassa - Cafè de els  Amics de les Arts - Adrià Font , bateria, celebra el 600 concert (amb gorra) , amb Valentí Grau (camisa blava i Cesc Soriano (americana) - Foto Anna Mas

21.06.05 - Terrassa - Cafè de els Amics de les Arts - Adrià Font , bateria, celebra el 600 concert (amb gorra) , amb Valentí Grau (camisa blava i Cesc Soriano (americana) - Foto Anna Mas / Anna Mas

Roger Roca

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"Yo he ido a Nueva York y en los clubs, el Village Vanguard, el Blue Note, me he encontrado con músicos americanos que me decían 'ei, Valentino, by Terrassa!'". Habla Valentí Grau, carismático alma mater del Club de Jazz dels Amics de les Arts i Joventuts Musicals de Terrassa. Fundado en 1959, el club organiza el Festival de Jazz de Terrassa, que estos días celebra su 40ª edición. Cuentan con apoyos institucionales y una infraestructura profesional, pero si han llegado hasta aquí es a base de una pasión que va incluso más allá de lo razonable. "Totalmente. Yo he vivido de la bohemia, de la noche, de los conciertos, de respirar humo. ¿Qué es el jazz? Es una forma de vida. Yo he vivido como los músicos de jazz", dice Grau.

Un guitarrista francés que conocí en San Sebastián me dio el contacto de una señora de París que traía músicos a Europa. Le escribimos una carta y nos trajo a Slide Hampton y Johnny Griffin

— Valentí Grau

Por razones obvias, este no es el aniversario soñado en Terrassa. Hay restricciones de aforo, ha habido que renunciar al clásico picnic popular en el parque de Vallparadís, cuesta mucho hacer volar a artistas desde Estados Unidos a Europa. Y aunque parezca algo menor, las restricciones sanitarias impiden el ritual que hace de la Nova Jazz Cava de Terrassa un lugar especial para el jazz en Catalunya: el parón a mitad de concierto para que la parroquia se acerque a la barra y comente la jugada, a veces incluso con los músicos. "Esto es lo que le da vida social a los conciertos", dice Grau, maestro de ceremonias de las noches en la cava. A pesar de las limitaciones, la 40ª edición del festival mantiene sus señas de identidad. Muchos artistas locales, apuestas internacionales de futuro como el pianista Theo Hill con el trompetista Jeremy Pelt (17 de junio) y figuras con el pedigrí del flautista Lew Tabackin (11 de junio) y el batería Billy Cobham (12 de junio), estrella indiscutible en este año pandémico.

Nada de extraordinario

Para Terrassa, recibir a grandes del jazz no tiene nada de extraordinario. Por aquí han pasado figuras de la magnitud de Dizzy Gillespie, McCoy Tyner, Stan Getz, Wayne Shorter, Chet Baker, Hank Jones, Lionel Hampton, Joe Henderson, Lee Konitz, Roy Haynes, Ahmad Jamal, Diane Reeves, Roy Hargorve… Pero en los años sesenta, cuando el club de jazz arrancaba, programar a artistas extranjeros era casi una quimera. Los amigos americanos llegaron vía París, gracias a la tozudería de Grau. "Un guitarrista francés que conocí en San Sebastián me dio el contacto de una señora de París que traía músicos a Europa. Le escribimos una carta y nos trajo a Slide Hampton y Johnny Griffin". Allí empezó lo grande. Con Tete Montoliu como garantía, emparejaban a esos solistas americanos con músicos locales para tocar primero en Terrassa y luego a girar por Catalunya.

Un domingo por la tarde, cuando tenía 15 años, bajé aquellas escaleras por primera vez. ¡Nunca pensé que no saldría de allí hasta hoy!

— Francesc Soriano

En 1971 el club inauguró su propia cava de jazz, escenario de noches legendarias, y convirtió Terrassa en la capital local del jazz. La intención era abrir un par de veces al mes, pero Grau subió la apuesta: había que hacer conciertos diarios. Fue un éxito. "El toro nos pasó por encima. ¿Qué influyó? Que no había nada más. La gente quería descubrir locales. ¿Y qué local había? Pues un sótano, una cava, un agujero, donde hacían conciertos de jazz". Barcelona se había quedado sin Jamboree y la cava de Terrassa atraía a aficionados y curiosos de todo el país. En aquel sótano de la calle de Sant Quirze, que cerró sus puertas en 1985, muchos como Francesc Soriano, se convirtieron al jazz. "Un domingo por la tarde, cuando tenía 15 años, bajé aquellas escaleras por primera vez. ¡Nunca pensé que no saldría de allí hasta hoy!". Junto con Grau, Soriano es responsable de la dirección artística del festival y de la temporada estable de conciertos que se celebran durante todo el año en la Nova Jazz Cava, inaugurada en 1994. "El festival es el colofón, pero sin el día a día, ¿qué sentido tiene el festival?", se pregunta Soriano.

Dos puntales

Ese día a día explica que el batería Adrià Font, otro miembro histórico de la junta, haya participado ya en 600 conciertos organizados por el club. Este jueves en la Nova Jazz Cava el batería dará su concierto número 601. Le acompañará otro de los puntales del jazz local, el trompetista Josep Maria Farrás, de quien Tete Montoliu decía que era el mejor de los músicos de aquí. Igual que Farràs, Font nunca ha dado el salto al mundo profesional -"no me lo acabé de creer"-, pero se sabe un privilegiado por haber podido tocar con algunos de sus ídolos. "Recuerdo momentos muy especiales. Un día mientras estaba atravesando dificultades personales, Lou Bennett empezó a tocar 'Georgia' al órgano y no pude evitar que me cayeran unas lágrimas de emoción".

Un día mientras estaba atravesando dificultades personales, Lou Bennett empezó a tocar 'Georgia' al órgano y no pude evitar que me cayeran unas lágrimas de emoción

— Adrià Font

Como ese recuerdo, otros muchos: el concierto de Fin de Año con Slide Hampton en el que se las tuvo que apañar sin contrabajo porque el bajista del grupo se esfumó a última hora -"al final, Hampton me felicitó"-. Aquella vez en la universidad de Valencia cuando la Guardia Civil apareció justo antes de que subieran al escenario y les comunicó que el concierto se suspendía por riesgo de disturbios. "¿Nen, qué pasa?", le preguntó Montoliu al batería. Y si Grau se pone a contar anécdotas, no hay quien lo pare.

La historia del Club de Jazz de Terrassa son ellos. La pregunta es en manos de quién está el futuro. Músicos no faltan, pero la junta se hace mayor. "No hay relevo. Esto es preocupante", admite Soriano. "Pero Terrassa no se puede permitir que esto se acabe. Seguramente será distinto, pero seguirá adelante". 

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