Las claves del certamen

¿Por qué España lleva 52 años sin ganar Eurovisión?

Los “chanchullos” de las editoriales musicales y el conformismo de TVE explican que se manden las canciones equivocadas, opina Patricia Godes, coautora del libro ‘Yo tampoco gané Eurovisión’

SALOME

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Jordi Bianciotto

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España o, mejor dicho, Televisión Española, tuvo una buena racha en el Festival de Eurovisión allá por finales de los años 60 y en los 70, con sus dos únicas victorias (Massiel en 1968 y Salomé en 1969) y tres segundos puestos (Karina en 1971, Mocedades en 1973, Betty Missiego en 1979), pero las cosas han ido de mal en peor en las dos últimas décadas. Una explicación apunta a que, si bien suelen elegirse intérpretes dotados, fallan los mecanismos para dar con buenas canciones. Así lo estima Patricia Godes, docta crítica musical y coautora, con Javier Adrados, de un libro recién publicado, el delicioso tal que erudito ‘Yo tampoco gané Eurovisión’ (Libros Cúpula).

Por mucho que el cantante y la puesta en escena funcionen, “si la canción no vale nada” es difícil llegar lejos, estima la periodista. ¿Y eso? “Son años y años de chanchulletes de las editoriales, que son las que mandan porque se llevan el 50% y sin hacer nada. La música no la analiza nadie y se consideran canciones cosas que son horrores, y así no hay manera de ganar”, lamenta. Televisión Española “amortiza el festival como un concurso divertido y que le da audiencia”, y se llegan a mandar temas que salen de “talleres de composición suecos o noruegos, que también hacen la canción de Ucrania o la de Grecia”.

Mandar a “un chavalín”

Quizá seleccionar a una primera figura podría dar mejores resultados, como ha hecho a veces Italia (aunque con riesgos para su prestigio si las cosas no van bien), si bien corre entre los ‘eurofans’ la leyenda de que fichar a una estrella comportaría contraprestaciones económicas, un punto que Godes no confirma. “Pero a TVE ya le va bien mandar a un chavalín que estará medio borracho de alegría por ir a Eurovisión. Lo ha elegido la gente, y seguramente no lo hará mal”. El festival, afirma, “es el termómetro de lo acabada que está la música ‘mainstream’ española”.

No es que Patricia Godes, autora de destacados libros sobre el soul y la ‘movida’ madrileña, vaya de elitista y desprecie el festival o la música comercial. Desde que su madre canturreaba por casa ‘Tom Pillibi’ (ganadora de 1960 por Francia en la voz de Jacqueline Boyer, compuesta por André Popp), profesa una debilidad por el certamen que nunca ha escondido. “En los 80, cuando con la ‘movida’ había una reivindicación del ‘cutrelux’, teníamos grandes reuniones con los amigos para ver Eurovisión”, confiesa. El año pasado, con el confinamiento, se vio en la misión de ver una edición cada día. “De cada cuatro o cinco canciones, hay una divertida o buena de morirse, como las de Mia Martini o Franco Battiato”.

Massiel, castigada

‘Yo tampoco gané Eurovisión’ recorre la evolución del canon eurovisivo ampliando la mirada a escenografías y estilismos; rastrea viejas polémicas, curiosea entre las bambalinas, realza figuras ocultas y se detiene en los ‘grandes perdedores’. Complemento valioso son las entrevistas con los sucesivos ruiseñores españoles, y los textos escritos por algunos de ellos, como Massiel, para quién ganar con ‘La la la’ representó “estar muchísimo tiempo sin aparecer en televisión”, ya que osó declarar a ‘Triunfo’ que no era franquista y que no quería ir al Palacio de Pardo.

Aunque el período 1963-77 cubre “los años clásicos”, Patricia Godes cree que la edad de oro del festival es la actual, tras la entrada en bloque de la Europa Oriental y hasta de Australia. “Esas divas del este, medio folk y con ritmos electrónicos, son divertidísimas”, sostiene. “Madonna ha llegado a actuar en el entreacto (en 2019), y ha habido grandes momentos con Salvador Sobral o Conchita Wurst”. Y el dúo ruso T.A.T.U., añade, trazando un símil temerario: “su canción, de 2003, la vi como lo que tenía que ser la música del futuro, todo ritmo, como en otro tiempo debió ser ‘La consagración de la primavera’, de Stravinsky”.

Que vuelva la orquesta

Y es inapropiado, sostiene, pintar Eurovisión como un recipiente estanco, ajeno a temáticas sensibles o incómodas. Ya en 1961, y bajo el aspecto de la inofensiva ‘chanson’ melódica, el luxemburgués Jean-Claude Pascal habló de las relaciones incomprendidas en ‘Nous les amoureux’, refiriéndose al amor homosexual. Más cerca en el tiempo, Suecia rompió la marca de votos en 2015 con ‘Heroes’, “una canción sobre el ‘bullying’”, anota Godes, y un año después, Ucrania se impuso con ‘1944’, tema en torno al genocidio de los tártaros de Crimea en la URSS de Stalin.

De acuerdo, Eurovisión es “un programa de televisión, no un espectáculo de música”, remarca la coautora del libro. Pero eso no quita para que se puedan tratar las canciones con un poco más de tacto: recuperar la orquesta en directo sería un buen paso. “¡Este año hasta quitan los coros! ¡A este paso, el año que viene eliminarán la voz solista!”, protesta Patricia Godes. Y añade otra petición: que TVE contemple canciones en “cualquier idioma constitucional”. Francia ha mandado temas en bretón, corso y criollo antillano, hace notar. “Que vaya Serrat cantando en catalán y que nos demuestre que España ha cambiado desde 1968”.

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