Duelo de colosos
La cara oculta de los 'reyes de la noche' García y De la Morena: vivir de la extorsión
Los dos radiofonistas en los que se inspira la serie de Movistar llegaron a extremos increíbles en su lucha por la audiencia de las madrugadas deportivas
Emilio Pérez de Rozas
Periodista
Licenciado en Ciencias de la Información por la UAB. Hijo de Carlos Pérez de Rozas, sobrino de Kike y Manolo Pérez de Rozas, integrantes de una auténtica saga de fotoperiodistas. Trabajó en Diario de Barcelona, fundador de El Periódico de Catalunya en 1978 también formó parte de la redacción en Catalunya del diario El País. Colaborador del diario deportivo Sport y vinculado al departamento de Deportes de la cadena COPE, que dirige Paco González. Emilio suele completar muchas de sus informaciones con sus propias fotos, en recuerdo a lo aprendido junto a su padre y tíos.
O estabas a este lado del Misisipí o estabas al otro. No había puentes que cruzar, nadie se atrevía, ni orillas donde recalar, tú debías estar en un lado u otro del río. Del río del odio, de la envidia, de las manías, de las exclusivas, del protagonista del día, de la conexión en vivo y en directo. La madrugada deportiva era el campo de caza de José María García y José Ramón de la Morena.
Tú, fueras periodista, colega, deportista, organizador, patrocinador, dirigente, hasta político y, por supuesto, oyente, o estabas con García o estabas con De la Morena. Al principio, el grande era el 'Butano', claro; luego, cuando García aceptó, en 1994, entrar en la guerra que le tendió De la Morena, perdió.
Pero tú, fueses quien fueses (bueno, en realidad no eras nadie para ellos, eras un ser utilizable y que debía estar a su entera disposición), debías posicionarte. No tenías opción. Ellos habían creado las trincheras y todo el mundo lo sabía y padecía. Y les importaba poco, muy poco, que sus redactores, sus informadores, sus reporteros, utilizasen el micrófono, la alcachofa, como espada de asalto.
Los enfrentaron a todos por la audiencia y, por supuesto, por sus contratos millonarios. Ellos han ganado más dinero que nadie, incluso que nadie de la televisión y, al final, han hecho las paces (dicen que son verdaderas) y los demás, todos, se han quedado colgados de la brocha, atónitos ante semejante espectáculo.
Capaces de todo
Los dos eran capaces de todo para conseguir, si no la exclusiva, sí el momento de atención de esa noche, de esa madrugada. Solo había un instante civilizado en esas madrugadas, del que, posiblemente, se acuerdan muy pocos, poquísimos, y era el momento en que García conectaba, casi cada noche, con Barcelona y ahí aparecía el maravilloso discurso de Joaquim Maria Puyal, que, como era doctor en Periodismo, bueno, el único que había en esas madrugadas, García tenía a bien introducirle siempre con un "querido doctor Puyal". Solo esos minutos eran minutos de paz, de discurso, de buen decir y comentar. Todo lo demás eran guerrillas, trincheras, minas.
García y De la Morena no conducían sus programas, los pilotaban. No dirigían a sus peones, los utilizaban y, a menudo, los insultaban en vivo y en directo. Y a los protagonistas del deporte de aquellos años los tenían asustados, encogidos, extorsionados. El diccionario de la RAE dice que extorsión es "la presión que se ejerce sobre alguien mediante amenazas para obligarlo a actuar de determinada manera y obtener así un beneficio".
'Secuestros'
Así eran García y De la Morena. García obligaba a los protagonistas que iba a entrevistar esa noche a descolgar su teléfono para que cuando el maravilloso Carlos Bustillo, el hombre orquesta de De la Morena, llamase al mismo protagonista que los dos querían noche no pudiese contactar con él. Uno y otro se llevaban de paseo en el coche de sus redactores a los protagonistas por Madrid hasta que no entraban en antena. A Carlos Checa, piloto de 500cc, García se lo llevó, tras un gran premio en el Jarama, a su estudio a las 00.00, prometiéndole que entraba con él "de inmediato" y lo soltaba para que pudiese atender a De la Morena, y lo tuvo secuestrado hasta la 1.30 horas.
El deportista, entrenador, mánager, dirigente u organizador que contaba con el cariño de García era odiado por De la Morena y, por supuesto, a la inversa, fuese Javier Clemente o Ángel María Villar. Le ocurrió al gran Perico Delgado, al que García cogió manía de por vida por haberse convertido en el comentarista de De la Morena de la Vuelta a España del 88. No solo eso, la locura de García contra Perico le llevó a cometer un tremendo error, en el Tour del 89, cuando Perico se perdió en Luxemburgo y, para maltratarle en antena, el 'Butano' empezó a blasfemar también de Miguel Induráin, "ese chico que promete tanto, tanto, y no gana nunca nada". Dos años antes de que el ciclista navarro se convertiría, no solo en ganador de la ronda francesa, sino en el más grande. Todo por el odio a Perico.
Jugada maestra de Sainz y Moya
Quienes mejor supieron entender esta guerra loca, sin sentido, fueron, curiosamente, la pareja Carlos Sainz-Luis Moya, bicampeones del mundo de rallys con Toyota. El campeonísimo de rallys, aún en activo no solía dar entrevistas tras sus gestas o las pruebas mundialistas, pero, finalmente, apretado (insisto, extorsionado) por García, acabó apareciendo en antena tras la etapa final de cada uno de los rallys.
El reportero del Mundial de De la Morena tuvo la habilidad de convencer a Moya para que fuese el copiloto quien, mientras Sainz estaba con García, él explicase la prueba en la antena de De la Morena. Y ahí, casi siempre, salía vencedor De la Morena. ¿Por qué? Porque no hay nadie más locuaz que Moya, ni nadie más dicharachero y divertido contando historias y anécdotas de la carrera que Luis Moya.
Puede, sí, que aquellos dos generales impartiesen doctrina a sus soldados de forma y manera poco ortodoxa. Puede, sí, que aquellas trincheras fueran, además de un campo de batalla, una escuela de periodismo radiofónico. Pero, de lo que no hay duda, es de que muchos de los protagonistas de aquellos desplantes, de aquellas extorsiones, de aquella manera de actuar, siempre al dictado del jefe, se han quedado desolados al ver que, al final del trayecto, los generales terminan, millonarios, en sus cuarteles de invierno y ellos, muchos, colgados de su alcachofa.
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