Crítica

Radvanovsky, la reina del Liceu

La soprano norteamericana conquista con su dominio técnico en un programa centrado en la Trilogía Tudor de Donizetti

Radvanovsky  la reina del Liceu  Fotos  Liceu-Paco AMATE

Radvanovsky la reina del Liceu Fotos Liceu-Paco AMATE / Paco Amate

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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El director italiano Riccardo Frizza le planteó a la soprano Sondra Radvanovsky realizar un concierto con las oberturas y las escenas finales de las tres óperas de Donizetti que integran su Trilogía Tudor: ‘Anna Bolena’, ‘Maria Estuarda’ y ‘Roberto Devereux’. Radvanovksy, una todoterreno que canta con igual autoridad obras belcantistas -como las citadas o como ‘Norma’ de Bellini- y óperas de Verdi o Puccini, aceptó el reto y ambos estrenaron el proyecto en 2019 en la Lyric Opera de Chicago.

En este reencuentro en Barcelona, a Frizza y Radvanovsky se les unió la creatividad de Rafael R. Villalobos en una elegante y medida propuesta escénica, de cuidada iluminación, y con vestuario de Rubin Singer. Fue una suerte contar en este programa Donizetti, con el director musical del Festival Donizetti en el podio: Frizza supo seguir como nadie a la soprano y la Simfònica del Liceu supo responderle, en cambio el Coro, aquí tan protagonista, no siempre mostró la concentración adecuada. Correctos los secundarios, especialmente Gemma Coma-Alabert y Carles Pachón.

El Liceu, una de las cunas del renacimiento belcantista gracias a Montserrat Caballé, debía acoger, sin duda, este exigente programa. Radvanovsky, que inauguró la actual temporada liceísta con un recital junto a Piotr Beczala, conoce bien a las tres reinas que encarnó en este esperado regreso, Ana Bolena, María Estuardo e Isabel I. Y debido a su impresionante dominio técnico pudo moldear a voluntad su gran torrente vocal. Gracias a ello el estilo pareció ser su segunda piel, esculpiendo cada escena valiéndose de unos reguladores y pianísimos dignos herederos de los de Caballé. Allí estuvo un fraseo y un ‘canto legato’ sustentados en un control del ‘fiato’ perfecto, un sentido dramático de la coloratura y del ornamento y una tesitura amplia y flexible que solo resultó estridente en algún sobreagudo. Una gran noche de técnica, pasión y belleza.