Crítica de cine

Crítica de 'Judas y el Mesías negro': la rabia enjaulada de la negritud

'Thriller' político lleno de músculo, furia, energía y magnetismo, y excepcionalmente capaz de generar tensión dramática

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Judas y el Mesías negro'

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Judas y el Mesías negro'. /

Nando Salvà

Nando Salvà

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Al recordar los hechos que condujeron al líder de los Panteras Negras Fred Hampton a morir tiroteado por la policía a los 21 años, convirtiéndose así en mártir e icono revolucionario, la segunda película de Shaka King pone al menos la mitad del foco sobre otra figura: Bill O’Neal, el delincuente al que el FBI obligó a infiltrarse en la organización antirracista, y que empezó a creer sinceramente en la causa de Hampton y sus camaradas al tiempo que los traicionaba. King captura a O’Neal en un estado permanente de tensión y miedo apenas camuflados, manteniéndonos inseguros de nuestros sentimientos hacia él, y estableciendo en el proceso parentescos más o menos cercanos con ficciones sobre agentes dobles como 'Donnie Brasco' e 'Infiltrados' pero también 'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford'.

El cine ha retratado a los Panteras Negras varias veces en el pasado, casi siempre de forma simplista y hasta caricaturesca. King, en cambio, se toma en serio el celo revolucionario del movimiento y su afán por cambiar radicalmente un sistema que los había convertido en enemigos incluso si eso significaba recurrir a la violencia. La película muestra parte de esa violencia pero no la idealiza, y del mismo modo no santifica a Hampton pese a que se muestra cautivada por su personalidad y su trabajo social, y pese a que parte esencial de su agenda temática es poner en evidencia que la actitud de las instituciones gubernamentales y policiales estadounidenses respecto a la comunidad afroamericana y sus luchas no ha cambiado mucho desde los 60.

En otras palabras, 'Judas y el mesías negro' huye tanto del didactismo como del agarrotamiento propio del cine histórico que se sabe relevante. Es un 'thriller' político lleno de músculo, furia, energía y magnetismo, y excepcionalmente capaz de generar tensión dramática pese a que el desenlace de su historia está incluido en su sinopsis. E incluye dos de los mejores trabajos interpretativos del cine estadounidense reciente: el de Daniel Kaluuya en la piel de Hampton, tan convincente cuando ejerce de líder comunitario y orador electrizante como cuando deja que asomen el humor y la vulnerabilidad; y sobre todo el de LaKeith Stanfield en la de O’Neal, construido principalmente a través de una colección de miradas esquivas de las que emerge un hombre atrapado entre el cinismo y el idealismo emergente y torturado por su propia condición de traidor.